nº6 | otras

Piel muerta

¿Sabías, amor mío, que el polvo doméstico está formado, en su mayor parte, por piel muerta? Por tu piel muerta. Tu piel muerta que he ido conservando todos estos años, rescatándola de los huecos del sofá, de los desagües, de las esponjas, de la piedra pómez. De mis uñas también.

De mis uñas, ya no tanto.

No ha resultado fácil, no te creas. Tantos años frotando durezas ―deja, yo lo tiro, me ofrecía cuando te exfoliaba los pies, ¿recuerdas?―, tantos años raspando callosidades, limando asperezas, tantos años recogiéndolo todo con esmero, ocultando tus sobras en la mano y guardándolas luego en la maleta sin que lo advirtieras. Lo más jodido es eso, reunir la voluntad suficiente para bajar al trastero sin despertarte, sacar la maleta de lo más profundo y guardar dentro tu piel muerta, venciendo al sueño y a las arañas.

Porque siempre hay que tener una maleta a mano, ¿sabes?, hay que tenerlo todo bien previsto en caso de calamidad, un kit de supervivencia preparado por si hay que salir por patas.

La dificultad radica en disimular tus costras en el hueco de la mano y esconder la maleta a conciencia, y también en no mezclar, en lo posible, la piel muerta con los ácaros, con el polen, con las migajas. La clave es la constancia: quedarme en el sofá cuando te vas a la cama, esperar un rato: media hora, la noche entera, el tiempo necesario hasta estar seguro de que te has dormido, y entonces remover con cuidado los cojines de tu lado del sofá, barrer la piel muerta de la superficie aplastada por tu cuello, apurar lo caliente del reposabrazos, no perder el tiempo con lo aplastado por tu ropa, repasar la esponja, mis uñas ―ya no tanto―, y confiar en que la muestra no se haya contaminado.

¿Sabías, amor mío, que la piel tiene memoria, que, por muy muerta que esté, al entrar en contacto con otro trozo de piel, se reconoce, se acopla, recupera su forma original? Como el mercurio. Al principio no te das cuenta, cuando llevas recogido solo unos gramos no reparas en que la piel muerta se agrupa y, cuando lo haces, lo atribuyes al movimiento de la maleta, a la atracción electrostática, al magnetismo, cosas así casi a diario. Se precisan meses, tal vez años, para percatarte de que esa adherencia no es casual, que obedece a una finalidad, a un motivo. Yo necesité tu pie, apenas una porción de tu pie hecho de piel muerta arrumbada en una esquina de la maleta y quererte recobró sentido, tantos años de abnegada arqueología sentimental recompensados. Lo supe de pronto, sin necesidad de explicaciones: te estabas rearmando. En lo oscuro del trastero, tu piel muerta reconstruía tu cuerpo, tu cuerpo al margen de ti, sobreviviéndote. Salvándome. Tu piel muerta tan como el mercurio, amor mío, tu piel muerta tan igual a ti pero sin ti dentro, tan perfecta.

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