nº63 | mi cuerpo es mío

La realidad que nos cuentan

Por una narración más honrada del mundo en el que vivimos

En la sociedad actual hemos normalizado el hecho de que todo lo que consumimos es un producto. Todes lo somos al dar nuestra información a plataformas. Nos cuesta distinguir la información falsa de la verdadera y nos sentimos perdides sin saber a quién creer. Estamos abrumades por multitud de información y en nuestra confusión la tomamos de la misma manera que se toma una droga. Somos adictes a este sistema que exige nuestra presencia cuando leemos, pero ausencia a la hora de expresar nuestras reflexiones sobre lo consumido.

Las ideas mismas se venden, a través de publicidad, cookies, el opinionismo y titulares atractivos. El esfuerzo por superar este modelo de comunicación se hace aún más difícil, pues la base sobre la que se ha construido el capitalismo y el consumismo es la superficialidad. Hemos creado una opinión pública que ya no se hace preguntas, que ya no se enfada. Un ejemplo son los barcos llenos de seres humanos que se hunden cada día frente a Lampedusa causando miles de muertes, y, sin embargo, les turistas siguen acudiendo al Mediterráneo, que ahora es un cementerio. Solo en los seis primeros meses de 2023, 96 520 turistas llegaron a la isla solo en avión. O se siguen utilizando servicios que financian abiertamente guerras en otros países.

Una de las ideas que más se ha vendido bajo el falso nombre de «inclusividad» es la empatía. Desde hace tiempo, asistimos a productos culturales que se erigen en adalides de la apertura mientras, tras ella, esconden la insidia de la hipocresía y la cobardía de admitir que forman parte de una sociedad de privilegiados y opresores, donde la mayoría se lobotomiza en lugar de levantarse y tomar conciencia. Así es el tokenismo, que define la situación en la que un grupo dominante recluta a personas de grupos minoritarios en un contexto determinado para difundir un falso mensaje de inclusividad. Los y las tokens (elegides) son seleccionades porque se les percibe como inferiores. Sus rasgos diferentes son explotados y distorsionados por el grupo hegemónico para afirmar la prevaricación y proporcionar a la audiencia una narrativa tranquilizadora. Es decir: a la gente se le dice lo que quiere oír. Tal actitud tiene dos consecuencias: por un lado, la afirmación de una minoría numérica de la persona percibida como otra, por lo que la palabra minoría, que refleja la condición de derechos negados, se asocia a la cantidad numérica del grupo minoritario. Así, por ejemplo, se habla de la comunidad queer como pocas personas, numéricamente hablando. Por otro lado, surge la funcionalidad del papel de la alteridad en la representación predominante: se radicaliza el concepto de normalidad.

Así, nos alejamos del problema, creando una separación cada vez mayor entre minoría y mayoría. Para describir este fenómeno, nos fijaremos en dos películas estrenadas el mismo año. American Fiction, del director Cord Jefferson (2023), describe de forma disruptiva las contradicciones de un sistema occidental en el que una persona, para ser escuchada, debe contar obligatoriamente una historia que encaje en el estereotipo en el que está encerrada. Cuenta la historia de un profesor afroamericano que, harto y frustrado de una clase dirigente hipócrita que se beneficia del entretenimiento «negro», hecho de falsas creencias, decide escribir una falsa novela autobiográfica «negra» para comprobar hasta dónde llega esa hipocresía, viendo cómo su libro salta a los primeros puestos de las listas de ventas. Se ve así inmerso en una sociedad que le impide emanciparse de su condición de afroamericano: «negro» nació y «negro» seguirá siendo, como si de una condena se tratara.
En el mismo año se estrenó la película Io capitano, de Matteo Garrone, que cuenta la historia de un niño que sale de Dakar para llegar a Europa. La narración poética de este viaje distrae la atención de la criticidad con la que se describe. El espectador empatiza tanto con la figura de Seydou que olvida que si se ve obligado a hacer ese viaje y arriesgar su vida es por nuestra culpa. En 2017 se renovó el Memorando Italia-Libia, un documento de entendimiento entre ambos países durante tres años y que se renueva automáticamente, donde se estipula que el Gobierno italiano proporcionará ayuda económica y apoyo técnico a las autoridades libias para reducir los flujos migratorios, a las que se encomienda la vigilancia del Mediterráneo mediante la puesta a disposición de patrulleras, un centro de coordinación marítima y actividades de formación.

La punta del disparate se alcanza con el título de la película, Io capitano. Según el artículo 12 del Texto Refundido de la Ley de Inmigración o delito de complicidad en la inmigración ilegal, en la legislación italiana se condena, en caso de delito no agravado (o complicidad simple), de uno a cinco años de prisión y 15 000 euros de multa por cada persona a la que se facilite la entrada ilegal. Declararse capitán de un barco que transporta inmigrantes sin visado de entrada significa tocar suelo europeo e ir directamente a la cárcel.

La inocencia de una persona que intenta cambiar su vida, forzada o no por las circunstancias, es instrumentalizada por una clase burguesa consciente del marco normativo que pesa sobre la vida de estos seres humanos, para crear un público que, cuando se vuelven a encender las luces de la sala de cine, se levanta emocionado pensando que al final este pobre chico lo consiguió. Ver cómo un barco se salva no es suficiente para olvidar que de 2014 a 2023, según la OIM, murieron 28 319 personas.

En conclusión, debemos cuidar el poder que tenemos para ejercer nuestra empatía a través de la ciudadanía activa, entrenar nuestro sentido crítico y mantenerlo alerta. La empatía muere si no está el otro, y para reconocer al otro debemos reconocer que vivimos en un contexto múltiple y complejo en el que cada parte es fundamental. La vida real y cinematográfica no es solo la vida blanca y occidental , hay que contar la historia de todes y que esta pueda ser contada indistintamente por todes.

Nos apoya

Las comadres somos la comadre Vanesa y la comadre Begoña, dos amigas que nos conocemos desde hace ya varios años y que hemos tenido la suerte y oportunidad de emprender este camino juntas. Contando con que las dos tenemos una capacidad innata para relacionarnos con todo aquello que se mueve, sabíamos que teníamos que trabajar de cara al público y si estábamos sintiendo el proyecto como algo nuestro, mejor que mejor. Un proyecto que fuera una forma de vida y una apuesta por un futuro saludable y responsable. Para llevarlo a cabo y sentirlo aún más nuestro decidimos quedarnos en el barrio y así ha sido. Gracias al apoyo de familiares y amigos hemos podido “poner en pie” nuestra frutería – verdulería, un espacio que nos gustaría que lo sintierais como vuestro y que lo disfrutarais cada vez que os acerquéis. En Las Comadres no sólo queremos ofreceros productos de gran calidad, a buen precio; sino que nos gustaría aprender, intercambiar saberes y convertir nuestro local en un espacio de encuentro en el barrio.