¿Cuánto gana la industria del miedo? ¿Qué esconden esos largos pasillos enmoquetados? ¿Qué secretos encubren las hermosas habitaciones de los hoteles?
El trabajo de las camareras de piso nunca ha sido fácil pero, ahora, a causa de la pandemia, hemos sufrido aún más las consecuencias de las injustas condiciones laborales de las que somos objeto. El despegue paulatino hasta el fin de la pandemia de la hostelería no puede realizarse sin tener en cuenta la calidad laboral de este colectivo, razón por la cual es fundamental alcanzar las conciencias de toda la ciudadanía.
Las camareras de piso somos las mujeres que limpiamos las habitaciones de los hoteles o de cualquier alojamiento turístico. Nuestra profesión es un ejemplo de machismo, pues en su totalidad somos mujeres. Nuestro trabajo se asocia a las tareas de cuidado y limpieza, trabajo que las mujeres han desempeñado tradicionalmente en sus casas: un trabajo manual, sucio y prácticamente invisible. Esas mismas condiciones son las nuestras pero ocultas dentro de magníficos establecimientos de lujo.
Es una discriminación absoluta de género, un maltrato por ser mujer pobre, porque te toca, porque es tu naturaleza, porque te pertenece. Hemos determinado que lo impagable debe ser gratis, como el aire, o de bajo coste, como el agua, y es ese convencimiento de que la limpieza y los cuidados han sido siempre gratuitos que no están dispuestos a ofrecer salarios y condiciones dignas. Incumplen los convenios, incumplen la ley de riesgos laborales e incumplen el derecho al reconocimiento de las enfermedades profesionales.
A pesar de que tenemos un trabajo, vivimos precariamente, bajo la amenaza constante de caer en la exclusión social en cualquier momento. Todas hemos sentido angustia por el miedo a ser despedidas.
No es una profesión de paso para nosotras, como ocurre en otros sectores de la hostelería, nosotras somos en su mayoría las únicas proveedoras de la unidad familiar, es nuestra responsabilidad el sostenimiento económico de nuestros hogares, generalmente con hijos a nuestro cargo. En mis diecinueve años como camarera de piso he podido observar que toda la diversidad de colectivos feminizados y altamente vulnerables confluyen en los hoteles. Es por esta causa que soportamos penurias y muchas tensiones.
No entender esta realidad es lo que ha posibilitado la ceguera moral, la indiferencia, pues la sociedad no entiende por qué soportamos las pésimas condiciones laborales de las que somos objeto. El agradecimiento a un nuevo modelo de vida, la ilusión a la que nos aferramos cuando iniciamos nuestro primer encuentro como camareras de piso es lo que nos hace ser condescendientes con las condiciones miserables en las que nos tienen. El abuso de autoridad, las amenazas, el chantaje, el acoso horizontal y vertical, promovido y ejecutado tanto por gobernantas como permitidos por la dirección, convierten lo que parecía ser un faro de esperanza en la noche oscura, en una tormenta perfecta en la que se ahogan todas las ilusiones, y lo que parecía ser una liberación se convierte en esclavitud. Aprendes a callar y a pisotear; a ver competidoras en vez de compañeras para no caer de la lista de las preferidas; a realizar más habitaciones que el resto para asegurarte ese sueldo que te aleja de la miseria; a entrar de lleno en el círculo vicioso de la explotación laboral. La realidad es que somos subyugadas por mujeres, amenazadas por mujeres, decepcionadas por mujeres, maltratadas por mujeres, envueltas en rumores por mujeres y silenciadas por mujeres; vasallas del lucro más miserable, pues han cambiado el dejar de hacer camas por una fusta despreciable.
Cada mujer tiene su propia historia y ha tenido la necesidad imperiosa de callar, de trabajar muy duro y de someterse a reglas impuestas, dolosas y carentes de derechos, para proteger el bienestar de su familia, para mantener un precario puesto de trabajo del que prescinden en cualquier momento y sin ninguna justificación. Igualmente queremos encerrar aquí a gobernantas y coordinadoras, pues son esclavas del sistema, con la diferencia de que ellas nos miran de frente y nosotras, normalmente, agachamos la mirada.
La explotación laboral consiste en recibir un pago inferior al trabajo que se realiza. Existe explotación laboral cuando se trabajan jornadas seguidas sin descanso, cuando se trabajan más horas de las estipuladas en el convenio y cuando se trabaja a destajo.
Primer punto aclaratorio: nosotras trabajamos por horas, no por número de habitaciones realizadas, pero nos obligan, bajo la amenaza del despido, a terminar el control de habitaciones impuesto arbitrariamente, y a no marcharnos hasta finalizarlas, sin que se nos abone ese tiempo, regalando miles de horas extras a la empresa.
La sobrecarga laboral establecida en estos controles diarios de trabajo es tan grande que nos vemos forzadas a automedicarnos, a trabajar drogadas, para poder soportar el dolor y mantener el mismo ritmo frenético durante toda la jornada.
Bajo el paradigma de la flexibilidad, el de contratos parciales y eventuales, se esconden grandes fuentes de pobreza. Estas contrataciones atípicas y fraudulentas que sufrimos son la base de nuestra precariedad laboral, significando esta la ausencia de seguridad en lo que se refiere al contrato laboral, es decir, no saber si mañana iré o no a trabajar.
El problema de la precariedad no es solamente económico, es político. Esta realidad no solo es por causa de la globalización: somos las perdedoras de la lucha política, del poder del capital frente al trabajo. La precariedad conlleva la ausencia de derechos laborales y sociales porque esta contratación elimina las normas, debido a muchas razones, pero uno de los motivos principales es el desconocimiento, pues la mayoría de las trabajadoras precarias desconocen los convenios regionales y la normativa sobre riesgos laborales.
La feminización sistemática de la pobreza no debería provocarnos, además, graves problemas de salud. Somos mujeres jóvenes con una salud muy comprometida. A los 3 años empezamos a padecer algún trastorno musculoesquelético, a los 15 años está demostrado que tenemos graves lesiones dorsolumbares: crónicas, incurables e incapacitantes. Es una evidencia que sufrimos el mayor índice de incapacidades temporales y totales por lesiones dorsolumbares y trastornos musculoesqueléticos del sector de la hostelería. Todas estas bajas médicas las soporta la Seguridad Social, cuando son claras dolencias derivadas del trabajo, que deberían ser atendidas por las Mutuas de las empresas. Tenemos reconocidas algunas enfermedades profesionales (hombro, brazo, muñeca y dedos) pero no se han tomado siquiera la molestia de incluirlas en el R.D 1299/2006 del 10 de noviembre, el cual regula las enfermedades profesionales. Cuando acudimos a la Mutua con dolencias dorsolumbares ni siquiera nos atienden, nos envían al médico de cabecera, y es así como avanzamos en un largo periplo hasta los tribunales médicos, siempre con cargo a la Seguridad Social. Que no tengan en cuenta los niveles de lesiones laborales es un dato más de la precariedad laboral que soportamos.
Si no se hace prevención en camareras sanas no se solucionará este problema. La mayor parte de las enfermedades profesionales se podrían evitar modificando los procesos productivos. Los efectos de la excesiva carga de trabajo que nos obliga a trabajar a un ritmo lacerante, no son solo físicos, emocionalmente nos destroza, porque al obligarnos a callar bajo la amenaza del despido no solo nos quiebran las vértebras, también el alma.
La ausencia de reacción ante este sufrimiento es anclarse en la ceguera moral.
La destrucción de la vida de un extraño sin la menor duda de que cumples con tu deber y de que eres una persona moral, es maldad.
Cuando un hotel se rinde o se entrega completamente a esa maldad; cuando solo teme quedar rezagado respecto a sus competidores; cuando ni por un momento duda de que las personas no son más que unidades estadísticas; cuando la excusa es «nada personal, solo negocios», ha perdido toda sensibilidad moral.
En España hay unas 200 000 camareras de piso trabajando a contrarreloj y constituimos del 30% al 40% de la plantilla. Cambiar la organización de nuestro trabajo radicalmente, como algunos proponen, es no tener conocimiento de a quién nos enfrentamos, pues tras los requerimientos que la Inspección de Trabajo realiza aparece un nuevo mercantilismo vestido de piel cordero, los llamados programas de asignación de habitaciones por puntos y, bajo el manto de nuestra nuestra salud, lo que hacen es optimizar nuestro trabajo, pero no disminuyéndolo, sino poniéndonos al límite todos los días. Son comerciales, vendedores, que sin los conocimientos necesarios intervienen en la organización del trabajo sin contar con ningún profesional de la salud ni de la seguridad.
La solución es muy sencilla. Ninguna camarera debe realizar más de 15 habitaciones y nunca sobrepasar las 12 si fuesen todas de salida (habitaciones estándar: 25 m², 2 personas). Con esta medida se acabaría con la carga excesiva de trabajo y con las altas tasas de lesiones laborales. La disculpa empresarial es que ningún organismo ha reglamentado nada al respecto, como es el número máximo de habitaciones o metros a limpiar. La media de habitaciones que hacemos es de 18 en ciudad y 24 en la costa, una auténtica barbaridad.
Este trabajo excesivo está siendo permitido bajo el más absoluto cinismo, siendo todos los actores conocedores de esta situación. No queremos más hipocresía de los grupos políticos ni de los sindicatos que se unen a los intereses de empresarios y patronales del sector.
Otro grave problema de explotación laboral y causante de la feminización de la pobreza es la externalización del departamento de piso, siendo más real lo que nosotras calificamos como «cesión ilegal de trabajadoras». La externalización impide que las camareras puedan pertenecer a los comités de empresa de los hoteles y con ello a la defensa de sus derechos laborales; difumina las responsabilidades contractuales pues estas empresas multiservicios se rigen por convenios internos muy por debajo de lo que marca el convenio de hostelería, e impide que el Ministerio de Trabajo logre acotarlas y controlarlas, pues aparecen como limpiadoras y no como camareras de piso.
La externalización impone una mayor carga de trabajo con un coste económico aún más bajo.
Así que de manera clara y rotunda se puede afirmar que sufrimos condiciones laborales muy precarias en una industria que bate récords en beneficios, cuyo nivel de endeudamiento no es preocupante y las cuales siguen manteniendo un fuerte músculo financiero. Esos grandes beneficios que generan están basados en el miedo que infligen y es la explotación de mano de obra barata y femenina la que maximiza sus ganancias. Esto ocurre a nivel internacional, es una pandemia oculta.
La brecha salarial es tan desproporcionada que a una camarera de pisos en Tailandia le llevaría 14 años ganar lo que en un solo día obtiene el director general de la cadena, según afirma Oxfam Intermón.
En España, por cada 100 € que el hotel gasta en una camarera, le aportamos como mínimo 1 478€. Multipliquen por 200 000 camareras al día solo en España.
No es de extrañar que incluso en esta pandemia no dejen de construir nuevos hoteles y de invertir en nuevos establecimientos. Con el mismo ahínco que construyen se esfuerzan por hundir nuestras condiciones laborales. Cuánta avaricia, ambición y mezquindad.
Desde la asociación Kellys Unión Sevilla promovemos que las mujeres se sindicalicen y se presenten a las listas de elecciones sindicales, para que luchen desde los comités de sus empresas y sean ellas mismas las que ganen sus propias batallas. Formarlas y capacitarlas para que ejerzan con dominio ese cometido es uno de nuestros objetivos porque resistir a la dirección de la empresa y al clima de miedo que imponen no es sencillo, pero los peligros de permanecer inmóviles son mayores que el miedo.
Trabajamos para que los políticos, empresas y la ciudadanía de a pie de-
sempeñen un papel importante para poner fin a la explotación laboral de muchas mujeres y se nieguen a pagar un hospedaje en hoteles donde la calidad laboral no se cumpla.
Reivindicamos que se reconozca el ámbito de las camareras como «insalubre» en términos laborales, que se incluya el concepto de penosidad y que se ajusten los años de cotización para una jubilación anticipada en cooperación con otras asociaciones de camareras, conformando la Plataforma Estatal de Camareras de Piso, para alcanzar los Ministerios de Trabajo y Seguridad Social, responsables de ejecutar las leyes y cambiar nuestras condiciones laborales.
Todos estos trabajos precarios tienen un denominador común: la invisibilidad. Realizamos nuestro trabajo cuando nadie nos ve y esa falta de público nos destierra al olvido y a la cosificación, porque nadie recuerda nuestros nombres, ni nuestros rostros, convirtiéndonos en simples herramientas, en mujeres carentes de alma, que ni sienten ni padecen. Es necesario poner límites al capitalismo haciendo visible nuestra situación por lo que también trabajamos con otros colectivos feminizados para poner en valor nuestra labor y sacar a la luz las condiciones precarias a las que nos enfrentamos por ser mujeres pobres o en minoría.