En el centro de la ciudad de Murcia, ha estado abandonada durante décadas la llamada «cárcel vieja». Entre el tránsito de coches y personas, el edificio creaba un extraño contraste entre lo ruidoso de la zona y el silencio pesado que imponía su presencia. La hemos tenido siempre integrada en nuestro mapa mental de la ciudad: «nos vemos en la cárcel vieja», «vivo en la cárcel vieja», «me bajo en la cárcel», pero nadie la miraba a los ojos.
La cárcel vieja de Murcia sirvió al franquismo como centro de secuestro de cientos de antifascistas. Por ella, y en condiciones de hacinamiento, pasaron abuelos de murcianas y murcianos que hoy seguimos habitando la región. Nunca tuvo la placa protocolaria en la fachada, nunca en torno a ella se construyó memoria.
En los últimos años, fueron varias las propuestas para la cárcel; resultaba incómoda y ocupaba un espacio de la ciudad al que no se le estaba sacando rentabilidad. Empezó a rumorearse que el gobierno del Partido Popular quería convertirla en una especie de mercado gastronómico, y un sector por la memoria histórica nos inquietamos. Lo que estaba claro es que los cimientos del edificio comenzaban a tambalearse, y el actual equipo del PSOE decidió, el verano pasado, reconvertirla en una sala de exposiciones y eventos culturales.
A priori, podría parecer un buen plan este que finalmente se ha llevado a cabo, si no fuese por el contexto y la forma.
El contexto: el desalojo del HuertoLab, un huerto en el barrio de Santa Eulalia gestionado por las vecinas y vecinos que suponía un espacio verde y un lugar para la cultura libre y gratuita. Pero ese terreno tenía su propietario, y un mínimo hueco no urbanizado en el barrio es una oportunidad desaprovechada. A pesar de la lucha del vecindario, el Ayuntamiento no trató de negociar ni de impedir lo inminente, y el huerto fue desmantelado.
La forma: la fachada de la cárcel en pie, así como las antiguas torretas de vigilancia situadas en el patio, toda la estructura interna hundida, escombros y rejas acumuladas tras una valla, pero visibles. Puertas de madera podrida tras toda la nueva imagen y ventanas con barrotes que dan a un interior denso y oscuro. Ni una mención visible a lo que fue el edificio.
¿Era la cárcel vieja el lugar para esto, cuando existía otro autogestionado y cada vez más vivo? ¿Cuando, además, hay otros edificios inutilizados por el municipio? ¿Y por qué no, al menos, habilitar una sala dedicada a la memoria histórica?
El resultado de todo esto, que ahora se llama centro de cultura contemporánea Cárcel Vieja, es un ejercicio de cinismo, que se hace palpable por los elementos que rodean el decorado, y un buen ejemplo de lo que supone una concepción de gestión municipal totalmente institucionalizada, al margen de los movimientos vecinales.