nº11 | la cuenta de la vieja

«La abuela que cuida al hijo de la madre que migró para cuidar a la hija de la madre que salió a trabajar, ¡ESTÁ CANSADA!»(*)

Esta frase muestra claramente la realidad de lo que desde hace tiempo se viene nombrando como cadenas globales de cuidados, es decir, las «cadenas de dimensiones transnacionales que se conforman con el objetivo de sostener cotidianamente la vida, y en las que los hogares se transfieren trabajos de cuidados de unos a otros en base a ejes de poder, entre los que cabe destacar el género, la etnia, la clase social y el lugar de procedencia»1.

Este fenómeno está asociado a diferentes factores y procesos (la feminización de las migraciones, la externalización del trabajo de cuidados, la crisis de cuidado, etc.2) que son fruto de prácticas políticas, jurídicas, económicas y culturales a través de las cuales el trabajo de cuidados se ha mantenido feminizado y se ha ido racializando, constituyéndose como mecanismo de ajuste, invisibilizado e individualizado, de un conflicto mucho más profundo y que tiene que ver con nuestra forma de ser y de estar en el mundo.

En el Estado español, el número de mujeres dedicadas al empleo doméstico aumentó de 320 000 en 1994 a cerca de 800 000 en 2007. A finales de 2011, el 77% de las personas dadas de alta en el Régimen Especial del Empleo de Hogar eran mujeres extracomunitarias, la mayoría de ellas provenientes de Latinoamérica3.

Sobre el trabajo de cuidados…

Desde los feminismos, y especialmente desde la economía feminista, se viene dedicando especial atención al trabajo doméstico o de cuidados como punto estratégico desde donde mirar la sociedad. En sentido amplio se entienden los cuidados como todas aquellas tareas cotidianas a través de las cuales gestionamos y mantenemos la vida, haciéndonos cargo del bienestar físico y emocional de los cuerpos, de los propios y de los ajenos.

Analizar desde esta perspectiva a la sociedad en su conjunto nos revela algunas claves interesantes. En primer lugar, permite romper con el ideal capitalista de autonomía, por el que las personas hemos de estar dispuestas y predispuestas para la producción, reconociendo por el contrario la interdependencia —y ecodependencia— como condiciones inherentes a nuestra existencia. En segundo lugar, muestra que los cuidados son la base del sistema socioeconómico, ya que permiten la producción y reproducción de las vidas sobre las que se sostienen los mercados, erigidos como motor de la economía. Sin embargo, los cuidados son invisibilizados, ya que nunca han sido reconocidos como trabajo, siendo naturalizados como atributos «naturales» de las mujeres, desplazando los costes de la reproducción humana hacia la esfera privada de los hogares. De esta forma, se ha ocultado el profundo conflicto entre el capital y la vida sobre el que se asientan las sociedades capitalistas.

Sobre cuidados y crisis

Desde bastante antes de que se proclamara esta «gran crisis» se viene hablando de otras crisis, ocultas e invisibilizadas, que sin embargo anunciaban el escenario en el que nos encontramos. Entre ellas la crisis de cuidados. Se hablaba entonces de que el modelo de organización de los cuidados —basado en la familia nuclear, compuesta por el «ganapán» y el ama de casa— se estaba quebrando. Esto era resultado, entre otros factores, de cambios en la incorporación de las mujeres al mercado laboral4 y el envejecimiento creciente de la población, así como la falta de corresponsabilidad entre mujeres y hombres en el trabajo doméstico y de cuidados, y la carencia de políticas públicas adecuadas, suficientes y de calidad, que permitieran hacer frente a esta realidad.

Esta crisis de cuidados se ha venido resolviendo de forma privatizada e individualizada, trasladando la responsabilidad a los hogares y dándose una externalización y mercantilización masiva del trabajo de cuidados mediante la contratación de empleo de hogar. Proceso que se inscribe dentro de las transformaciones que el capitalismo global está experimentando desde hace décadas y que tienen como objetivo la ampliación de las fronteras de acumulación de capital. En los Sures globales esto conlleva la apropiación de tierras, recursos naturales, biodiversidad, saberes ancestrales, etc. Un expolio de recursos que fuerza a millones de personas a migrar en busca de una vida digna, lo cual está en estrecha relación con los procesos acontecidos en los Nortes globales, donde las fronteras se traspasan mediante la apropiación y mercantilización de la vida íntima5.

Sobre cuidados y fronteras

La internacionalización del trabajo reproductivo a través de las llamadas cadenas globales de cuidados guarda una estrecha relación con la creación y gestión de las fronteras por parte de la Unión Europea. Un régimen de fronteras que es denunciado por los movimientos sociales no solo por su lógica represiva y securitaria, sino también como un dispositivo complejo que atraviesa el sistema productivo para insertar el movimiento migratorio en cuencas de explotación precisas.

La racialización del empleo de hogar —como mecanismo de ajuste de ese conflicto capital-vida materializado en la crisis de cuidados— es resultado de este proceso. A través de la imposición de estas fronteras, el trabajo de cuidados en nuestra sociedad a día de hoy tiene rostro y cuerpo de mujer migrante, en una remodelación de los procesos coloniales que en el capitalismo postfordista transita hacia la colonización del afecto y del amor.

Los mecanismos que caracterizan esta nueva política colonial son numerosos y complejos. Destaca la exigencia de un contrato de trabajo como mecanismo de acceso a la ciudadanía para la población migrante, y el condicionamiento de dichos contratos a los puestos de trabajo no cubiertos por población autóctona —que para las mujeres consistía principalmente en el sector de los cuidados y empleo de hogar— junto a un complejo mecanismo de renovaciones de los permisos de trabajos sujetos al desempeño de dichas ocupaciones. El cruce de estas políticas con los dispositivos de represión contra la población en situación administrativa irregular, genera en la población migrante un miedo permanente a la irregularidad y la expulsión que favorece la aceptación de condiciones laborales de hiperprecariedad, como las que se dan en el empleo del hogar.

Sobre el régimen jurídico del empleo del hogar

Las condiciones en las que se ejerce el empleo del hogar y las desigualdades que genera están estrechamente relacionadas con este modelo de «ciudadanía laboral», así como con la invisibilización y feminización de los cuidados, que conlleva su no reconocimiento como trabajo.

El antiguo régimen jurídico del empleo del hogar reconocía la existencia de una relación laboral, pero la consideraba una relación especial ya que la actividad se desarrolla dentro del hogar familiar. Esto se traduce en la presunción de que entre las partes debe regir una especial relación de confianza, por lo tanto se debe conceder flexibilidad para establecer condiciones de trabajo de «mutuo acuerdo». En la práctica, esto conllevaba que legalmente se justificara la violación de derechos laborales básicos; de entrada, uno de los puntos de partida del derecho laboral es el reconocimiento de que los pactos entre empresario y trabajador no se realizan entre iguales.

Frutos de las luchas y reivindicaciones en el sector, en 2012 entró en vigor una nueva ley de empleo del hogar que recoge algunas de las demandas históricas, como la obligación de cotizar desde la primera hora de trabajo, la existencia de un contrato por escrito, el aumento de las cantidades salariales a recibir en metálico6 o la equiparación en cuanto a la baja por enfermedad. Sin embargo, sigue habiendo amplios márgenes de «acuerdo» entre las partes, como la posibilidad de «pactar» en contratos inferiores a 60 horas que sea la trabajadora la encargada de cotizar a la Seguridad Social. Además, perviven dos aspectos profundamente discriminatorios: la inexistencia de prestación por desempleo y la posibilidad de rescisión del contrato por la figura del desistimiento, una fórmula de despido que, como único motivo, requiere la pérdida de confianza del empleador en la trabajadora7.

¿Hacia dónde…?

Desde hace décadas las empleadas del hogar vienen organizándose para exigir la dignificación del empleo del hogar, a través de la creación de asociaciones de defensa de los derechos de las trabajadoras, la creación de cooperativas y sindicatos, así como generando alianzas con movimientos feministas, antirracistas y otros que han permitido los avances que se han producido en el sector.

Actualmente, en Sevilla se está formalizando como asociación un colectivo de empleadas de hogar migrantes que lleva años reuniéndose y que tiene entre sus objetivos la generación de redes de apoyo y solidaridad, así como la lucha por la dignificación del empleo de hogar. Además, se acaba de crear una Plataforma de Empleo de Hogar por diferentes entidades que realizan intermediación en el sector y que pretende el establecimiento de tablas salariales y unificación de requisitos mínimos exigibles para la contratación.

La principal reivindicación a nivel estatal se centra en la lucha por la ratificación por parte del Estado español del Convenio 189 de la OIT sobre trabajo decente en el empleo de hogar, convenio que obligaría a la plena equiparación del empleo de hogar al resto de trabajos. Este convenio, aprobado en junio de 2011, continúa sin ser ratificado. Desde el denominado Grupo Turín, diferentes organizaciones se están movilizando para exigir su ratificación. Entre otras acciones han presentado una proposición no de ley a la Asamblea Legislativa de Madrid.

¿Por qué es importante la plena equiparación del empleo de hogar al resto de trabajos?

Entendemos como urgente y necesaria la ratificación del Convenio 189 y la plena equiparación del empleo de hogar al resto de trabajos, tanto por justicia social como por ser un paso imprescindible en el debate sobre cuidados que desde hace tiempo, y desde diferentes sectores (feministas y ecologistas, principalmente) se viene produciendo en nuestra sociedad.

Las propuestas de dignificación del empleo de hogar —y del régimen de cuidados en general— nos obligan a salir de los hogares y de la esfera privada para cuestionar otros factores relacionados con nuestra forma de generación de ingresos, nuestras pautas de consumo, nuestros modelos de ciudades, nuestras formas de convivencia, nuestro modelo de desarrollo, etc. En última instancia nos hace preguntarnos qué tipo de vida queremos vivir, cuáles son las necesidades que realmente tenemos y cómo nos organizamos para satisfacerlas.

La equiparación del empleo de hogar al resto de trabajos supondría un aumento del coste monetario (y de tiempo, preocupación, etc.) para las familias que requieren de este servicio. Esto nos obligará a visibilizar una gran parte del trabajo que actualmente continúa oculto, lo que conllevará la necesidad de debatir colectivamente cómo asumir los costes de sostener nuestras vidas y nuestros cuerpos, subvirtiendo el conflicto capital-vida desde condiciones de justicia y equidad.

En definitiva, mientras el empleo de hogar siga siendo «barato» para quien contrata, una parte del conflicto continuará oculta, individualizada e invisibilizada, al amparo de prácticas políticas, culturales y económicas que se sostienen sobre patrones patriarcales, coloniales y capitalistas.

(*) Amaia Pérez Orozco y Silvia L. Gil, Desigualdades a flor de piel: Cadenas globales de cuidados. Concreciones en el empleo de hogar y políticas públicas, 2011. Portada.

1 Amaia Orozco, Cadenas globales de cuidado, serie Género, Migración y Desarrollo, 2007, p. 4.

2Para un desarrollo más extenso ver Amaia Pérez Orozco y Silvia L. Gil, 2011.

3 Gil Araujo, S., González-Fernández, T., International migration, public policies and domestic work,

Women’s Studies International Forum (2014): http://dx.doi.org/10.1016/j.wsif.2014.01.007

4 En realidad, las mujeres de clase obrera ya participaban en el mercado laboral, siendo la incorporación masiva de mujeres de clase media y mayor nivel educativo lo que favoreció el debate público a este respecto.

5 Así, «…cada vez más facetas del bien-estar relacionadas con los afectos, los sentimientos y el cuidado cotidiano de los cuerpos se derivan al mercado». Para profundizar: Amaia Pérez Orozco, Subversión feminista de la economía, 2014, p. 111.

6Dentro del empleo del hogar se reconoce el pago en «especias», pudiendo ser la cama y la comida en el caso de las «internas».

7Para un análisis más exhaustivo sobre la reforma del 2012, ver Resumen del Informe de la IAP con perspectiva feminista. Construir colectivamente estrategias políticas que contribuyan a fortalecer el sector del empleo del hogar, ACSUR, 2013.

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