nº9 | la cuenta de la vieja

Hidrocarburos, geopolítica, desigualdad y eterna dependencia

El hundimiento del mercado de los hidrocarburos

La caída del precio del petróleo en los mercados (50% en algunas cestas) ha puesto contra las cuerdas a las economías de varios gobiernos sobre los que nuestros medios han tenido la delicadeza en los últimos años de realizar una especial cobertura informativa.

Las balanzas de pagos de países como Venezuela, Irán y Rusia, por señalar los más célebres, dependen sobremanera de los ingresos en divisas que les proporcionan las exportaciones de estas materias primas. Por ejemplo, en el caso de Venezuela, más del 90% de las divisas proviene de la exportación de crudo.

Esta dependencia se manifiesta claramente en la forma en la que se proyectan sus presupuestos anuales, confeccionados en torno a la estimación del precio del barril. El gobierno colombiano, que había confeccionado sus presupuestos anuales en torno a una estimación de 80 USD, acaba de anunciar sus primeros ajustes por un monto superior a los 2000 millones de USD.

La sostenibilidad de sus economías y, por tanto, la de sus sistemas de garantías sociales, que es lo especialmente preocupante, se están viendo realmente amenazadas.

Y aquí se presentan dos interrogantes interesantes:

  1. ¿Cómo es posible que se produzca una caída tan abrupta?
  2. ¿Cómo es posible que de un único bien, estratégico pero de escasísimo valor añadido, sigan dependiendo las economías y por tanto los derechos socioeconómicos (salud, educación, alimentación, vivienda y vestimenta) de países tan significantes?

Contexto macroeconómico y condicionantes geopolíticos

Aunque me parece más interesante la segunda cuestión, comencemos por la primera.

Desde septiembre del 2014 los principales organismos de prospección macroeconómica anticipaban un escenario poco favorable para el precio de las commodities (materias primas) y los hidrocarburos. El crecimiento de la economía china preveía moderarse y, por tanto, también su demanda de estos bienes básicos. Las expectativas para la zona euro y los Estados Unidos (los otros dos grandes generadores de demanda mundial) tampoco eran muy positivas. Sin embargo, esos márgenes de reducción de demanda no explican la reducción de precios meteórica de las cestas de crudo.

La causa principal, ampliamente analizada, ha sido el regreso de los EE. UU. como productor neto de petróleo al mercado mundial, incrementando sobremanera la oferta mundial disponible y volviendo a situarse en la pomada de los cinco mayores productores de crudo (junto a Rusia y Arabia Saudí, entre otros). Un alza en la producción mundial que no se ha visto acompañada de un incremento parejo en la demanda, de ahí la caída estrepitosa de los precios.

Este regreso a lo Michael Jordan de los Estados Unidos a la primera división de productores ha puesto de manifiesto:

  1. La falta de unidad de los miembros de la OPEP, incapaces de reaccionar unívocamente, y el menguante peso de la institución en el escenario internacional (dos de los principales productores, EE. UU. y Rusia, no pertenecen a la misma).
  2. La férrea decisión de los EE. UU. de retomar el control del mercado petrolero mundial, subvencionando, si es necesario, su producción nacional de petróleo. Recordemos que el famoso petróleo de esquisto —la estrella de esta película— no es rentable por debajo de un precio de mercado de 50 USD.

Algunos analistas (los más cercanos a las posiciones de las economías afectadas) ven tras esta estrategia de EE. UU. la intención de usar el mercado petrolero mundial (su volatilidad) como arma geopolítica de desestabilización de gobiernos. Otros ponen el foco sobre el acierto en términos de soberanía que supone para los EE. UU. ser autosuficiente en materia energética.

En cualquier caso, y aquí enlazamos con la segunda interrogante, lo que debería preocuparnos especialmente es la permanente fragilidad de estas economías y la persistencia, aunque le pese a los detractores de estas caracterizaciones, de un sistema-mundo dividido todavía en economías centrales y economías periféricas. Economías productoras de bienes de alto valor añadido y economías productoras de materias primas al servicio de las primeras.

El ¿espejismo latinoamericano? y el fin de la bonanza petrolera

Centrándonos en América Latina, el último informe publicado por la CEPAL daba casi por cerrado un ciclo (casi una década) de reducción abrupta de la pobreza. Una década caracterizada por algunos analistas como la década ganada. Década ganada frente a la década perdida de los 90. Años 90 de duros ajustes macroeconómicos y recortes en los sistemas de protección de derechos, todos ellos orquestados por el FMI y el Banco Mundial.

En la región más desigual del planeta (que no la más pobre), la irrupción en la posterior década ganada de gobiernos con agendas expansivas en materia de derechos socioeconómicos, propició en sus sociedades una reducción significativa de la pobreza, y en menor medida, de la desigualdad. Venezuela, a la cabeza, con una reducción del 40% de la pobreza según la CEPAL, abanderaba un movimiento regional que ha marcado la agenda social de la mayoría de los gobiernos de la zona. Incluso de aquellos gobiernos con posiciones ideológicas absolutamente antagónicas, como es el caso de la propia Colombia.

La lucha contra la desigualdad y la puesta en marcha de políticas públicas expansivas en materia de derechos socio-económicos se convirtieron en contenidos imprescindibles de cualquier programa electoral que quisiera competir en los procesos plebiscitarios de la pasada década en América Latina.

Ese periodo relativo de bonanza social ha sido posible, entre otras razones, por un ciclo más o menos sostenido de crecimiento de los precios de las commodities y los hidrocarburos. Gracias a ese ciclo se ha conseguido subvencionar (vía importaciones) el incremento y la democratización relativa del consumo de sus sociedades, sin que se haya producido un incremento significativo de las capacidades productivas de sus todavía frágiles y escasamente diversificadas economías.

El exceso de divisas no ha contribuido ni un ápice a la activación de planes de diversificación productiva y de agregación de valor. Más bien ha ocurrido lo contrario. El impacto de ese incremento sostenido de divisas en dichas economías ha generado una suerte de incentivos perversos que han fortalecido las posiciones de mercado de las mercancías importadas sobre las de producción nacional, desincentivando cualquier iniciativa productiva endógena y minando cualquier propuesta ambiciosa de diversificación de la matriz productiva regional.

Pasado el boom, la cruda realidad es que con un barril de petróleo no podemos mandar whatsapps, no nos desplazamos a la oficina, tampoco nos hace radiografías o nos vacuna contra la hepatitis, no nos sirve para dializar a un paciente, ni le resuelve fórmulas de Excel a un escolar. Y si, a día de hoy, los gobiernos de la región quieren que el mayor número de latinoamerican@s posible pueda disfrutar todo eso, deberán seguir importando, lo que les costará mucho más petróleo, más cobre y más grano que hace un año, o tendrán que endeudarse aún más.

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