El pasado 7 de noviembre pudimos disfrutar en el seff del estreno de Eterna, el documental de Gata Cattana. En él estuvieron presentes amistades y familiares de la artista, así como sus codirectores Juanma Sayalonga y David Sáinz; un evento íntimo y muy deseado en el que culminaron los casi cinco años de preparación (pandemia de por medio).
En el documental se suceden de manera orgánica caras conocidas y anónimas, empezando por los recuerdos que tienen de ella su maestra, amistades y familia; de su infancia y adolescencia de niña inquieta y curiosa en Adamuz (Córdoba) y sus primeros pasos en el mundo del hiphop. Después nos trasladamos a Granada en una representación de esa gran porción de la juventud andaluza de pueblo quienes nos fuimos a una capital de provincia a estudiar. Allí nos muestra a la Ana quizás menos reivindicada: la poeta que frecuentaba el mundillo literario granaíno y los poetry slam.
En la etapa de la Gata en Madrid nos veo a todas las que finalmente tuvimos que migrar fuera de nuestra tierra para buscarnos la vida. Ella, como tantas otras, quería volver con los suyos, no se adaptaba a la gran ciudad, nos cuenta su hermano. Y quién lo hace. Lo dicen las Tribade: la Gata fue quinqui antes que se pusiese de moda y se reivindicase desde las izquierdas.
Eterna está despojado de sentimentalismo y lleno de respeto hacia quienes la conocieron. A pesar de ello, el público acaba con un pellizco en el estómago. Su guía, nos cuenta David Sáinz, ha sido intentar hacerlo como a Ana le hubiese gustado. «Se fue siendo pura», dice la artista Silvia Bianchi. Gata Cattana nos deja una obra universal y llena de compromiso social, que le ha abierto la puerta a futuras mcs y nos ha dado fuerza a todas las que conformamos su ejército. Una como tú cada dos siglos, Ana.