nº29 | la cuenta de la vieja

Eppur peak oil

Entre quienes conocen el problema del peak oil hay una pregunta recurrente desde hace algo más de un año: ¿dónde está el peak oil? Después de la grave crisis económica del 2008 y la recesión de 2011, se esperaba que en 2014 se produjese una nueva recesión. Repetidamente estos últimos cuatro años hemos anticipado, yo el primero, que una nueva crisis económica estaba en ciernes, pero de hecho no ha llegado aún.

Ha habido problemas serios en el mundo, muchos de ellos relacionados con la escasez de recursos. Incluso en nuestro opulento occidente la salida de la crisis no ha sido lo que se quería (porque se ha hecho a costa de la clase trabajadora). Sin embargo, la crisis que esperábamos no está aquí y la producción de petróleo sigue aumentando o, al menos, no muestra signos evidentes de desfallecer.

¿Qué ha pasado? ¿Dónde está la crisis que se anunciaba? ¿Dónde está el peak oil? ¿Los peakoilers éramos unos alarmistas? ¿Se han encontrado sustitutos adecuados al petróleo?

¿Qué nos dicen los datos? Analicémoslos con detalle.

1.- La producción de petróleo del mundo sigue prácticamente plana.

En un artículo reciente, Gail Tverberg muestra dos gráficas muy interesantes sobre cómo ha evolucionado la producción de hidrocarburos líquidos durante los últimos años y separa lo que ha pasado en EE UU de lo que ha pasado en el resto del mundo.

La producción de petróleo de todo el mundo excepto de EE UU ha permanecido estancada durante los últimos cuatro años. Peor aún: el petróleo crudo (el que realmente es versátil y aporta energía neta) está en franco declive.

Pero en la producción de petróleo de los EE UU, aquí sí, hay un sensible aumento en los últimos cuatro años, de unos 3 Mb/d (millones de barriles diarios). Gracias a ello, la producción de hidrocarburos líquidos del mundo pasó de unos 93 Mb/d en enero de 2014 a unos 96 Mb/d en septiembre de 2017. Aumento moderado pero significativo. Se podría decir que el aumento de la producción mundial de petróleo es debido a los EE UU prácticamente en exclusiva. Pero si uno se queda con el petróleo crudo, la situación es un poco menos halagüeña: en EE UU ha aumentado solo unos 2 Mb/d en los cuatro últimos años, con el agravante de que el crudo convencional sigue su curva descendente de décadas y no llega ya a la mitad de la producción de todo el petróleo estadounidense, siendo la otra mitad petróleo ligero de roca compacta del fracking, de escasa energía neta.

En todo caso, la producción de hidrocarburos líquidos de todo el mundo aún aumenta ligeramente aunque muestra síntomas de estancamiento. Por tanto, no se puede descartar que se pueda producir, o se esté produciendo ya, el peak oil.

2.- ¿Es que el fracking ha pasado a ser rentable?

La realidad es que no; el fracking continúa siendo el negocio ruinoso que siempre ha sido. De hecho es más ruinoso que nunca: a pesar de las mejoras tecnológicas (pequeñas) y tácticas (explotar primero los lugares de mayor rendimiento, los sweet spots), el bajo precio del petróleo en los últimos cuatro años las borra completamente. Durante el trienio 2011-2014, con el precio del petróleo más alto de toda la historia (más de 100$/barril), las 127 mayores compañías de petróleo y gas del mundo perdían 110 000 millones de dólares al año. Steve St. Angelo ha mostrado como el flujo de caja de las compañías del fracking lleva seis años en negativo, perdiendo más de 15 000 millones de dólares al año. El déficit del sector es tal que las tres grandes petroleras estadounidenses (Chevron, Conocco Phillips y Exxon Mobil) llevan en pérdidas desde hace unos años.

Si el fracking es una máquina de perder dinero, ¿por qué se mantiene? La razón reside en la capacidad de captación de dinero de inversionistas, gracias a una operación de marketing muy semejante a la que realiza Elon Musk para mantener viva a Tesla a pesar de sus cuantiosas pérdidas.

3.- No se ha producido ninguna sustitución tecnológica.

Algunos dicen que los precios bajos de los últimos años muestran que se está produciendo la sustitución del petróleo por otras energías «limpias». Pero, como hemos dicho, la producción de hidrocarburos líquidos ha continuado subiendo, añadiéndose todo lo que se ha podido aunque no fuera de la misma calidad y versatilidad, porque todo era necesario. Y es que la diferencia entre el fracking y Tesla es que el primero sigue siendo imprescindible para mantener el mundo en marcha.

Es cierto que ha habido una ligera caída o, más bien, menos ascenso de la demanda de petróleo, fruto de la caída de la capacidad de compra en los países occidentales (la famosa «salida de la crisis a dos velocidades», es decir, que a las empresas les va mejor y a lxs trabajadorxs no les va tan bien). Pero como lxs trabajadorxs también son consumidorxs, si tienen menos dinero compran menos y eso al final afecta a la demanda de petróleo. No hay ninguna sustitución tecnológica, solo una absurda huida hacia adelante.

4.- ¿Y quién paga el fracking?

Desde el arranque del fracking, hacia 2010, y hasta 2016, el fracking se financió gracias a las generosas aportaciones del sector financiero. Los brokers norteamericanos crearon una nueva estafa piramidal sin que pasara una década desde la anterior (las hipotecas subprime). Pero el enorme riesgo financiero de estas inversiones, las malas perspectivas de rentabilidad futura y la acumulación de deuda, han hecho que el capital internacional se vaya. El sector del fracking se enfrenta a «el muro de la deuda», la incapacidad de pagar siquiera los intereses de la deuda: actualmente se necesitaría un beneficio de 21 dólares por barril para poder pagar los intereses anuales, mientras que a precios actuales las pérdidas rondan los 30 dólares por barril. Por eso durante 2016 la industria comenzó a replegarse y la producción del fracking en EE UU cayó más del 10%.

Sin embargo, en 2017, con Donald Trump ya en el Despacho Oval, el fracking estadounidense volvió a ascender y a finales del año pasado superó los máximos anteriores. No es casualidad: el secretario de Estado en 2007 fue Rex Tillerson, antiguo CEO de Exxon, buen conocedor del sector y por supuesto de su nula rentabilidad económica. La Administración Trump aprobó en su primer año exenciones fiscales para el sector de los hidrocarburos como nunca antes se habían visto, y con ellas mejoraron el balance contable de las empresas. El problema es que cuando no se sabe quién está pagando algo seguramente es el contribuyente el que paga: el dinero que deja de ingresar el Estado o que se da a las petroleras es el que después faltará para hacer escuelas, hospitales, carreteras o pagar salarios públicos. En EE UU la producción de energía bruta aumenta, pero la energía neta baja y se tienen que desviar recursos de la sociedad para poder continuar explotando esos recursos de bajo rendimiento. Mientras eran otros países los que pagaban la fiesta del fracking los EE UU han podido vivir un momento de expansión económica relativa. Si ahora tienen que asumir el coste, la burbuja reventará.

5.- Irracionalidad de la inversión, intencionalidad política.

Lo que mejor ilustra la irracionalidad actual es la evolución de los gastos en exploración y desarrollo de yacimientos (upstream) de petróleo en EE UU y en el resto del mundo. Durante 2015 y 2016 la inversión global en upstream cayó un 46%, pero en 2017 aumentó un 5%, una aparente tímida recuperación. Sin embargo, la inversión solo subió en los EE UU, mientras que en el resto del mundo continuó cayendo. En la actualidad Norteamérica (EE UU, Canadá y México), que produce poco más del 20% del petróleo mundial, invierte más en upstream que el resto del mundo.

En 2016 la Agencia Internacional de la Energía (AIE) mostraba que se necesita mantener la inversión en los campos, aunque ya estén en declive, para evitar que disminuyan aún más rápido. Pero fuera de los EE UU la inversión baja desde hace cinco años y sin un cambio radical la producción de petróleo crudo convencional, el más versátil y que representa casi el 90%, caerá muy rápido.

El problema de fondo es la «espiral de la energía». Debido al envejecimiento de los yacimientos en explotación, la poca calidad y gran dificultad de explotación de los nuevos yacimientos, mantener nuestro sistema económico nos aboca a un descenso traumático y en espiral: cuando el precio del petróleo es bajo, los productores van a la ruina y se destruye oferta; cuando el precio es alto, se arruina la economía en general y se destruye demanda. No hay punto de equilibrio, un precio que convenga al tiempo a productores y consumidores, porque los costes de producción son tan elevados que la sociedad no se los puede permitir. En definitiva, no podemos mantener un sistema económico-social basado en el consumo de energía abundante y barata porque ésta ya se acabó.

Eso no quiere decir que estemos condenados al apocalipsis. Hay alternativas, desde la economía ecológica a la de estado estacionario, pasando por iniciativas locales como las ecoaldeas o el movimiento de transición. Todas ellas ponen en cuestión el paradigma capitalista del crecimiento infinito y, por tanto, cuestionan al capitalismo mismo. Pero aún hoy cuestionar al capitalismo abiertamente se considera socialmente una obscenidad. Cambiar el sistema económico para hacer frente a la crisis energética es socialmente tabú.

Eso no quiere decir que los líderes políticos no sean conscientes de los problemas aquí descritos y en particular que el declive de la producción de petróleo es algo inevitable y que el fracking es solo un parche momentáneo con un sobrecoste inasumible. Sin embargo, dado que hacer los cambios estructurales necesarios está completamente fuera de cuestión, se ha tomado una decisión deliberada y de carácter completamente político, en absoluto técnica o económica. EE UU ha apostado por el fracking para mantener su hegemonía política algo más tiempo y, para después, la única alternativa realista es la guerra. Así es: se prefiere ir a la turbulencia social y al desastre militar que abordar una alternativa postcapitalista. Es una decisión horrible, sí, pero perfectamente consciente y premeditada, a la que la mayoría da su tácita aquiescencia.

6.- El desastre que viene.

Desde julio de 2017 el precio del petróleo ha ido subiendo hasta los niveles actuales, y por tanto no se debe a los problemas de EE UU con Irán o a la guerra comercial. El precio sube por la desinversión en upstream fuera de EE UU, que hace disminuir la producción de crudo convencional. La caída de los inventarios en los EE UU y en otros países empuja los precios al alza.

No todo es el mercado del petróleo. Desde el pasado octubre, la Fed está dejando que venzan los títulos y obligaciones que había adquirido en los últimos años. La actual liquidación de activos, combinada con la montaña de deuda del fracking, puede destruir la industria del fracking.

Por ello, la decisión de Donald Trump de romper el acuerdo nuclear con Irán no es tan absurda como podría parecer. Un conflicto en el país persa dispararía el precio del petróleo y daría un balón de oxígeno a la necesitada industria del fracking. En suma, si bien la espiral de destrucción de oferta, destrucción de demanda, es un proceso inevitable, los estadounidenses puede que hayan decidido por dónde va a romperse la producción, sacrificando a un productor para que el resto pueda seguir viviendo. Se ganarían unos años, mientras el mundo consuma su descenso energético y a la miseria.

Es una nueva dinámica, incómoda, con conflictos expresamente creados para cada ocasión, propicia no solo para los EE UU, sino también para Europa, porque sin recursos propios a Europa le interesa apropiarse de los de los demás. Pero el espejo de la guerra le devolverá a Europa su imagen deforme. ¿Y qué hará España? España ante el colapso de su modo de vida no es previsible que haga algo diferente, aunque con suerte puede hacerlo peor.

Incluso si se impone el sentido común y se evita la guerra, las perspectivas no son buenas. Con los inventarios bajando, la inversión en upstream en retroceso, la deuda del fracking creciendo y el acceso al crédito en los EE UU endureciéndose, la escalada en el precio del petróleo durante los próximos meses parece inevitable. Se avecina una gran crisis económica y, tarde o temprano, comenzará la crisis permanente, caracterizada por precios del petróleo continuamente bajando y subiendo, la rápida caída de la producción industrial y el aumento exacerbado del paro.

7.- Conclusiones:

El peak oil está más vivo que nunca. Lo que ha pasado en los últimos años no se entiende sin comprender qué significa la llegada del peak oil. El espejismo del fracking no solo no ha descartado el peak oil, sino la caída que se avecina será más dura y el recurso a la guerra por los últimos recursos es hoy más probable que nunca.

El error común ha sido suponer que el libre mercado iba a ser capaz de gestionar una situación de escasez de petróleo. En realidad, lo que ha hecho es subirnos a un precipicio más alto donde el riesgo de despeñarnos es mayor que nunca. Mientras no se comprenda que la necesidad no crea los recursos, un cierto grado de colapso es inevitable. Aquellos que se ríen del peak oil acabarán mutando su risa en rictus. Ojalá que cuando inevitablemente nos estrellemos contra los límites de este grande y extraordinario pero finito planeta, sepamos reconocer nuestro error y, recogiendo los trozos, seamos capaces de construir algo nuevo y mejor.

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