nº14 | todo era campo

Energía para entender el pasado y el futuro

El papel de la energía en la historia

Para entender la historia de la humanidad es imprescindible poner el foco en el papel que ha tenido la energía y, en general, en los condicionantes ambientales. Sin embargo, que la energía haya condicionado la historia de la humanidad no quiere decir que la haya determinado, pues las decisiones últimas sobre el orden social son humanas.

Durante el grueso de su existencia, el ser humano ha vivido con un metabolismo basado en la recolección, la caza y la quema de biomasa. Con fuentes energéticas reducidas, poco versátiles y de acceso universal, las sociedades se caracterizaron mayoritariamente por ser igualitarias, tener una economía basada en la donación y la reciprocidad, no guerrear entre sí y sacralizar la naturaleza, de la que se sentían parte.

El primer gran salto energético de la humanidad se produjo con la agricultura. Esto empujó cambios cualitativos: sedentarismo, mayor complejidad social, cierto distanciamiento con la naturaleza, aceleración del ritmo de cambios o potenciación del comercio como herramienta para conseguir seguridad. Pero la mayoría de la humanidad siguió organizándose de forma más o menos igualitaria. Es decir, que la energía marca el campo de lo posible, pero no determina las decisiones humanas.

El siguiente paso energético se empezó a producir hace unos 6000 años y acompañó a un fuerte cambio civilizatorio: junto a la aparición de la guerra, los Estados, el patriarcado y la visión utilitarista de la naturaleza, el ser humano aprendió a explotar el trabajo de otras personas y animales. Esto último permitió concentrar energía en pocas manos. Probablemente, los factores centrales de este cambio estuvieron en el plano cultural y psicológico, así como en dificultades para sostener la población con los recursos disponibles (en algunos casos, fruto de cambios climáticos). Pero el plano energético no fue secundario, pues este salto solo se dio de forma autogenerada en las poblaciones que tenían capacidad de almacenar energía en forma de grano seco. Esta nueva civilización dominadora terminó desarrollando el capitalismo en una de sus regiones periféricas como mecanismo más sofisticado de explotación.

La última revolución energética fue la que acompañó a la industrial. En ella se conjugaron los combustibles fósiles con potentes máquinas. Esto permitió al capitalismo conquistar el mundo, modificar profundamente las sociedades y desequilibrar la biosfera. El proceso alcanzó su cénit con la era del petróleo. Sin él, no existirían ni las metrópolis, ni el formato actual del Estado, ni la globalización, ni la financiarización de la economía, ni la sociedad de la imagen y el consumismo, ni tantas otras cosas.

El inevitable colapso de la civilización industrial

Actualmente, estamos viviendo la Gran Recesión económica y la crisis terminal de hegemonía estadounidense. También, el momento de la historia en el que las desigualdades en el reparto de la riqueza y el poder están siendo mayores. Pero los elementos que están marcando un punto de quiebra histórica son el fin de la energía abundante y versátil, la dificultad creciente de acceso a muchos materiales, el cambio climático y la quiebra de las bases de la reproducción social causada por la crisis de los cuidados (dejar desatendidos elementos básicos para la reproducción de la vida como la alimentación saludable, la higiene o el apoyo emocional) y la pérdida masiva de biodiversidad.

¿Por qué estamos viviendo el final de la energía abundante y versátil? Básicamente porque los combustibles fósiles más fáciles de extraer y de mejores prestaciones se están agotando. Estamos viviendo ya el principio del descenso en la capacidad de extracción de petróleo «bueno» (petróleo convencional) y, en breve, del petróleo en su totalidad. Los que van quedando son los crudos no convencionales: los más caros, difíciles y de peor calidad (los que se extraen mediante fracking, las arenas bituminosas, los de aguas ultraprofundas o del ártico). Y lo mismo le ocurrirá en los próximos lustros al gas, al carbón y al uranio.

Pero, ¿no hay mix energético alternativo? Que el petróleo, acompañado por el gas y el carbón, sea la fuente energética básica no es casualidad. El petróleo se caracteriza (en algunos casos, se caracterizaba) por tener una disponibilidad independiente de los ritmos naturales, ser almacenable de forma sencilla, ser fácilmente transportable, tener una alta densidad energética, estar disponible en grandes cantidades, ser muy versátil en sus usos, tener una alta rentabilidad energética (con poca energía invertida se consigue una gran cantidad) y ser barato. Una fuente que quiera sustituir al petróleo debería cumplir todo eso. Pero también tener un reducido impacto ambiental para ser factible en un entorno fuertemente degradado. Ni las renovables, ni la nuclear, ni los hidrocarburos no convencionales, ni la combinación de todas ellas es capaz de sustituir a los fósiles.

Ante esta situación, la mayoría de la población tiene fe en que el intelecto humano será capaz de esquivar el colapso gracias a los avances tecnológicos. Pero el sistema tecnocientífico tiene límites. El primero es que ya se ha inventado lo que era «fácil» de inventar, los descubrimientos actuales requieren de inversiones temporales, materiales, energéticas, económicas y humanas cada vez mayores. Contra lo que podría parecer, el ritmo de innovaciones reales es cada vez menor. Un segundo problema es que podemos definir la tecnología como conocimiento, materia y energía condensados, y los tres factores son limitados. Además, lo que se espera no es que haya un avance en genérico, sino que se descubra justo lo que haga falta en el momento preciso y que se pueda implantar de forma inmediata en el mundo. Esto está mucho más cerca del término «milagro» que de la palabra «descubrimiento». Pero, por encima de todo ello, los problemas de la civilización actual no son fundamentalmente tecnocientíficos, sino políticos, económicos y culturales.

Lo que ya estamos empezando a vivir es un colapso de una dimensión nunca vista, pues conlleva elementos absolutamente novedosos:

i) Las sociedades industriales son las primeras que no dependen de fuentes energéticas y materiales renovables, lo que dificulta enormemente la transición.

ii) El grado de complejidad social es grandísimo y, en consecuencia, el recorrido de simplificación acoplado a su colapso también lo será.

iii) La fuerte interconexión de todo el sistema y la presencia de nodos centrales muy vulnerables harán que el colapso de unos subsistemas arrastre al resto.

iv) El grado de extralimitación ambiental es cualitativamente inédito.

iv) La reorganización de los ecosistemas será muy lenta y compleja.

v) No hay zonas de refugio fuera de un mundo globalizado.

El «largo descenso» que estamos empezando no será súbito ni lineal, sino que durará décadas y tendrá fuertes discontinuidades. Sin duda será duro, aunque, a la vez, abrirá oportunidades inéditas para construir sociedades justas, democráticas y sostenibles.

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