nº3 | se dice, se comenta

El tiempo en Florida

Para la generación de mi abuela, el telediario —«el parte»— se parecía a esa media hora de cháchara con la que las televisiones ocupan el tiempo previo a la emisión de un partido de fútbol: un ruido de fondo que anticipa lo importante —para ella, el pronóstico del tiempo—. Las noticias no tenían ninguna importancia. En sus manos, eran una narración que sería convenientemente malinterpretada y deformada hasta convertirla en un disparatado relato con el que entretenerse alrededor de la lumbre. Pero el pronóstico del tiempo no era cosa de broma. Cuando aparecían las isobaras, la abuela mandaba callar, repartía algún pescozón al desobediente y se acercaba al aparato para saber con precisión lo que sucedería mañana.

Me pregunto qué pensaría ella —que vivió prácticamente toda su vida en un radio de apenas cinco kilómetros— si viese lo que veo yo: a un «chico del tiempo» de una cadena generalista contando el tiempo que hará mañana en Florida. Puedo imaginarlo. Para ella el pronóstico del tiempo «daba agua», o «daba sol», o «daba viento», y esa era la verdadera noticia: la que hablaba de lo que sucedería con el cielo sobre su cabeza y la tierra bajo sus pies. Lo que le permitía saber si podría sembrar o recoger, si podría segar la hierba y secar las judías, o si debería esperar.

Un pronóstico del tiempo que anuncia el tiempo en Florida muestra que la desvinculación que había entre la vida y las noticias se ha extendido a la relación entre nuestro ritmo de vida y los ritmos de la vida. Para nosotros, el cielo y la tierra están tan lejos como la península de Florida.

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