nº3 | la cuenta de la vieja

Educación y pobreza

Parece que al poder político neoliberal no le interesan los pobres ni la educación para todos. Esto es una constante. Ya el liberal duque de Rivas decía en los años 30 del siglo XIX que «la educación es para todos, pero a cada uno según su clase social». Por lo tanto, a los pobres había que darle la enseñanza primaria; a los ricos, la enseñanza superior; y para las personas de esta clase nueva que es la clase media, había que crear la enseñanza media. De hecho, así ha ocurrido.

En mi vida profesional y personal he tenido la posibilidad de trabajar en Dragados, con la clase dominante, durante cinco años. También con los pobres que no acabaron la enseñanza primaria a su edad, en Radioenseñanza ECCA (una emisora de radio de Gran Canaria dedicada a la alfabetización de personas adultas). Posteriormente, trabajé con los estudiantes de la clase media en la universidad.

Generalmente, la enseñanza ha sido usada como un medio de dominio de las personas por la clase dominante. Otros hemos potenciado una enseñanza como vía de liberación para las personas y la clase oprimida, mediante la educación para las personas adultas o las asociaciones de padres y madres, etc.

Hay un tipo de formación que llamamos «adiestrar para el mercado y la empresa»

En los años 70 del siglo XX, vi como una empresa poderosa como Dragados ejercía su poder mediante sus métodos productivos y la formación que impartía. Su modelo se basaba en la competitividad ilimitada, donde lo importante era el lucro y las personas eran mercancía. Demostraban así que este sistema productivo es incompatible con el humanismo y la democracia. Allí vi esbozadas las pautas que han marcado los últimos 40 años y lo siguen haciendo ahora en la LOMCE y el Plan Bolonia.

Los estudios universitarios y la formación nos habían dado un poder social que se reflejaba en la cúpula de Dragados, pero esta formación se caracterizaba por la sumisión a la dirección y por la insumisión a las normas y leyes que perjudicaran el beneficio de la empresa, aunque se saltaran normas de seguridad. Durante las obras en el Hospital Universitario de la Macarena no se colocaron redes; esto ocasionó un muerto: el jefe de edificación ordenó seguir la obra sin red. Esto puso de manifiesto el hecho de que algunos jefes no se diferenciaban del terrorista que pega un tiro en la nuca y sigue tan tranquilo. Por aquella época, escuché a un ingeniero de montes (jefe de un grupo de obras) defender el salario/hora como se hacía en EE. UU., a la par que me hablaba de las poesías exquisitas de aquel sevillano Antonio Machado. Vi prácticas tan aberrantes que al final constaté que la finalidad que se pedía a los técnicos de personal era justificar científicamente la arbitrariedad y la injusticia. Las empresas constructoras comenzaron a acumular beneficios a costa de los reformados, como hace ahora Sacyr en Panamá, y a costa de la explotación laboral como estamos viendo en la actualidad.

Situar la educación y la pobreza en la realidad próxima, cercana y humana

La educación y la pobreza no son o están en sí mismas, sino en la sociedad. Por eso hay que precisar en qué tipo de sociedad estamos, pero en la realidad, no en los papeles legales o en la prensa del mundo globalizado. Vivimos en un sistema capitalista de lucha de clases en el que van ganado los ricos. Según explica el multimillonario Warren, el beneficio capitalista está antes que el servicio público educativo. Este hecho, además, lo han garantizado el PSOE y el PP al reformar el artículo 135 de la Constitución priorizando el pago de la deuda pública sobre cualquier otra propuesta presupuestaria. Con este enfoque, la educación ha de convertirse en una mercancía que dé beneficios a los ricos mientras la competitividad ilimitada garantiza una exclusión sistemática, produciendo marginación y pobreza.

La mayoría de los medios de comunicación en España son propiedad de los poderosos. Estos los usan en beneficio propio, como explica con claridad Pascual Serrano. Los poderosos nos hablan de la excelencia, la gobernanza, la empleabilidad, el mercado, el lucro y la competitividad ilimitada como si fueran bienes que nos darán la felicidad. Pero cuando hablan de la excelencia, a mí a quien me recuerdan es a «Su Excelencia». Al escuchar este tratamiento, antes sabíamos que hablaban de Franco. Pero ahora, cuando nos hablan de un «Madrid Excelente» —lema que aparece en todas las bocas de metro—, sabemos que no es así. Los poderosos «excelentes» como Esperanza Aguirre no usan el metro. También hablan de una universidad de excelencia, una universidad muy cara a la que solo pueden acceder los ricos. Para mí, la excelencia es la élite y, por lo tanto, no puede ser democrática, no puede ser para todas las personas del pueblo. Hay gente, incluso muy «leída y escribida», que confunde la educación con la enseñanza y con el adiestramiento. Incluso hay leyes de educación que hablan de ella en la introducción pero que la olvida en el articulado. En numerosas ocasiones, la «enseñanza» consiste en capacitar a las personas para dar respuestas prefijadas por otros, y sobre esto se les examina. Pero el adiestramiento tiene ahora más aceptación que nunca ya que trata de dar respuestas prefijadas para adaptarse al mercado. Ya no se buscan personas con educación sino personas con empleabilidad. Más que personas que sepan de todo, se buscan individuos que sean sumisos a todos los deseos del dueño de la empresa o «al amo», como se decía antiguamente. Nosotros entendemos la educación y la autoeducación como un proceso que permite a las personas participantes —tanto estudiantes como profesores— dar respuestas originales a las necesidades de sus vidas desde toda condición, sea hombre o mujer, pobre o autónomo económicamente. El proceso educativo se transforma así en un proceso de autoformación personal y de soberanía individual y colectiva desde un marco de derechos humanos. Esto no le interesa a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) ni a su informe PISA (Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes).

La pobreza no solo es «el escaso haber de la gente pobre», sino que un pobre es un «necesitado que no tiene para vivir», según la RAE. En estos últimos siete años hemos pasado de la opulencia a la pobreza. Los opulentos son el 1% de la población, el 99% hemos perdido riqueza. Cerca de diez millones de personas han caído en la pobreza dentro de sus diferentes grados. La complejidad de la educación y la pobreza no puede olvidar que los inversores financieros son su principal enemigo.

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