Naces, consumes mainstream, creces, consumes mainstream, no te reconoces, creces, sientes soledad y extrañeza.
A lo largo de nuestra socialización, las que estamos fuera de la norma vamos descubriendo poco a poco que no formamos parte de ella. Nos lo dicen Disney, los cuentos, las series que vemos o la música. La industria que genera los productos culturales de difusión masiva se encarga muy bien de marcar quiénes son normales y quiénes no. Desde ahí se asientan una serie de violencias que, desde shiquetitas, nos sitúan en el afuera, en los márgenes, sin ser nosotras del todo conscientes de la etiqueta que se nos coloca.
En esos márgenes nos reconocemos: somos todas las que estamos fuera de la cisheteronormatividad blanca, capacitista, con jurdeles, binarista, racista, occidentalista y pesocentrista. Somos las maricas, bolleras, trans, racializadas, discas, migras, precarias y gordas.
Estar en los márgenes no es estar fuera del todo, sino al borde del precipicio. Eso nos da la posibilidad de apropiarnos de las herramientas de creación y de generar nuestros propios relatos e imaginarios. La posibilidad se convierte en necesidad —de tener referencias, de compartir— y la necesidad en la potencia para hacer.
Crear desde los márgenes no es fácil, por los tiempos, los medios, los costes y la imposibilidad de impactar en mucha gente. Pero lo difícil no quita lo bonito de autoeditarse, autopublicarse y autodistribuirse. Un claro ejemplo de esto son los fanzines, pequeñas publicaciones autoeditadas utilizadas por la vanguardia artística, los movimientos sociales y —como su nombre indica— por fanes de literalmente cualquier cosa que se nos pueda venir a la cabeza para hablar sobre aquello que les mueve.
Gracias a la autogestión del formato y sus posibilidades expresivas, dentro de un fanzine cabe todo. También las vidas de las personas que los creamos, que basadas en nuestra cotidianeidad generamos fanzines personales, perzines. La falta de referencias existentes, las ganas de compartir nuestra vivencia y de conectar con otras, nos lleva a dar forma a nuestras historias de vida en formato fanzine.
Algo tan sencillo como un folio plegado, cortado y pegado con textos y algún que otro tachón, garabato o dibujo puede convertirse no solo en el dispositivo que conecte nuestras voces y experiencias disidentes, sino en herramientas políticas y pedagógicas con las que buscamos incidir en las relaciones de poder que nos sitúan fuera y transformar la realidad para caber todas en ella, con nuestras diferencias y desde ellas.
Nosotras empezamos a hacerlo hace años. Hacemos cozas, hacemos fanzines. Dos maricas que un día, hablando de amoríos, pensaron en la necesidad de hacer un fanzine sobre el ghosting que se habían comido o de cómo la responsabilidad afectiva en los hombres G escasea. Tras esa primera experiencia en conjunto, seguimos creando. Otro zine habla de las mujeres de nuestras familias y de cómo han cuidado a través de la comida; cómo hemos cuidado a nuestras amigas haciendo puchero y sobre cómo este ha sido, es y será, un dispositivo de afecto. En otro, compartimos también inseguridades sobre nuestros cuerpos contando cómo el hecho de tener tetas no normativas en el código de la masculinidad social y hegemónica nos afectó a la hora de relacionarnos con otras personas o de estar en espacios como la piscina, la clase de educación física o unos probadores.
A pesar de la necesidad de vomitar estos temas y compartirlos con el resto, para nosotras la función y finalidad pedagógica y política de las cozas que hacemos es fundamental. Ambas trabajamos en el ámbito educativo y vemos el fanzine como un artefacto cultural lleno de oportunidades socioeducativas y de cambio: una oportunidad para las personas disidentes de compartir consigo mismas y con otras; una oportunidad de traer al aula relatos en primera persona de colectivos y personas que habitualmente no forman parte del currículum hegemónico; una oportunidad de aprender de las vivencias y experiencias de otras compañeras de clase; una oportunidad para conectar a personas que, en un primer momento, pudiera parecer que no comparten nada. Así, se nos ocurrió lanzar P LI E GO (observatoriopliego.tumblr.com), un pequeño observatorio de fanzines y educación donde recopilar y compartir buenas prácticas educativas alrededor de los fanzines.
Además, es importante encontrarse. De forma independiente y autogestionada se suceden en diferentes lugares festivales, jornadas y eventos en torno a los fanzines, donde las personas disidentes nos encontramos, intercambiamos publicaciones y se pone en valor esta forma de hacer cultura. En Sevilla se celebra desde 2018 el Skisomic Fest (@skisomicfest). Es un festival de fanzines en el que sus organizadoras crean un lugar seguro para otras personas disidentes que cuenta, además, con un protocolo antiagresiones y de actuación ante posibles situaciones de discriminación y violencia que ocurran en el marco del festival. Un espacio pensado desde los márgenes para las personas que estamos en ellos y con proyección a la norma. Durante dos días nos encontramos, como en la pasada edición, en la Casa del Pumarejo mujeres, personas migras, precarias, racializadas, transmarikabibollos, personas gordas, con discapacidad y con mucha diversidad de acentos. Durante dos días los fanzines ocupan un espacio y tiempo en la agenda cultural de la ciudad y se visibilizan nuestras otredades junto a propuestas culturales generadas desde el Sur.
La combinación de la versatilidad del formato, la articulación de espacios seguros, la difusión a través de las redes, la apropiación de las herramientas y la facilidad para lanzarse a hacer fanzines que hablen de nuestras realidades hacen que esa sensación de soledad y extrañeza sobre lo propio, dejen paso a la satisfacción del encuentro, a sabernos parte de un todo más grande en el que existimos y nos sostenemos. A vernos menos otras y cada vez más nosotras. A estar cada vez más lejos del borde del precipicio.