nº64 | mi cuerpo es mío

Apuntes sobre bifobia y masculinidad

«Ah, pero que tú no eras 'marikón'...» Creo que esta frase es la que más he escuchado o visto en las miradas de la gente cuando mi expresión de género se apartaba más de lo que puede considerarse lo masculino o como sinónimo de lo hetero, si es que eso tiene algún sentido.

Cuando hablamos de bifobia no hablamos solo de la invisibilización que sufrimos constantemente las personas bi tanto fuera como dentro del colectivo, sino que se nos pone en duda constantemente. Se duda de nuestra orientación, se duda de nuestra expresión de género y se duda de nuestra identidad.

La invisibilidad bisexual juega un papel demoledor en la salud mental de las personas bisexuales. No es casualidad que en los estudios estadísticos las personas bisexuales sean las que más tardan en salir del armario. Ello se debe a que la etiqueta bisexual carece de fuerza social como para, en un periodo de máxima vulnerabilidad, se coja con firmeza. Muchos son los miedos de visibilizarse como bi. De los más arraigados es el miedo a la banalización, a que no te tomen en serio. Los estigmas de la bisexualidad, ligados a estereotipos, perjudican la salud mental del colectivo. ¿A quién no le han sugerido un trío o le han dicho que tiene cara de viciose? La promiscuidad no deja de ser otro estigma asociado a lo bi, como si ser promiscua fuese una cuestión peyorativa. Una vez más la heteronorma y el monosexismo haciendo de las suyas.

No recuerdo exactamente cuándo empecé a nombrarme como persona bisexual, ni siquiera recuerdo bien cuándo sentí atracción por primera vez por una persona de mi mismo género, pero puedo rastrear cuando empecé a sufrir esas violencias, aunque no pudiera nombrarlas. Recuerdo que las primeras veces que empecé a dudar de si era hetero me vino esa frase, esa frasecilla que nos persigue a todos los chicos y chiques bi que somos leídos como hombres y con la que he comenzado este artículo por puro impulso, por pura rabia. Y es que, al menos en la bisexualidad en cuerpos masculinizados, no puede entenderse sin la homofobia y la misoginia imperante con la que hemos crecido.

Hablar de homofobia no supone, al menos para mí, invisibilizar la bisexualidad, ya que cuando yo me planteaba esto ni siquiera se podía poner la bisexualidad en la mesa. Pero recuerdo cómo empecé a cuestionarme si en realidad solo era gay. Y creo que esa sensación, que percibía como un peligro, afectó a todas mis relaciones afectivas en la adolescencia. Para mí suponía el fin de todo, el fin de amistades, el fin de mi familia… Prefería cualquier cosa antes de ser marika. Por supuesto, al final era bifobia, pero eso me lo han dado los años. Y así pasó el tiempo, reprimiendo cualquier impulso sexual que pudiera sentir hacía alguien de mí mismo género, evitando el tema, escondiéndome e intentando representar una orientación y una masculinidad que no era la mía.

La falta de referentes también es otro lastre. En España, la mayoría de información sobre bisexualidad se la debemos a Elisa Coll que, gracias a su publicación Resistencia bisexual, propició que se activaran muchos motores y hoy ya son muchos los grupos activistas bisexuales que hay en el país.

Con el paso de los años he aprendido a reconocerme y encontrarme con esa parte de mí que había enterrado, y desenterrarla y quitarle la mugre y roña acumuladas me ha supuesto una pelea constante con mi memoria. Quería ir a ese chaval, abrazarlo y decirle sientas lo que sientas está bien, es correcto y legítimo; y quien no lo quiera, pues es su problema. Creo que por eso ahora hago este activismo, para que la gente sepa que existimos y que podemos ser felices con nuestra orientación.

Para mí todo esto no era más que la mirada del otro, la mirada castigadora y enjuiciadora de una sociedad heteronormativa, lgtbiaq-fóbica y capitalista (porque todo tiene que ver). Esa mirada que sigue imponiendo la heteronorma y que nos enuncia a las personas bi como homo o hetero, pero nunca como bi.

Una de las cosas que más me revienta de esto es lo que algunas personas han definido como el romanticismo impuesto que sufrimos las personas bi: cómo la persona con la que estemos va a definir nuestra orientación sexual. Si estoy con alguien del mismo género soy marikón, si estoy con alguien del opuesto soy hetero, y con personas no binarias ni se lo plantean. Esto me ha ocurrido tanto dentro como fuera del colectivo, así que nadie está exento de ser un papafrita, pero es especialmente doloroso ver que nunca me ven a mí tal y como soy, con la etiqueta que siento que me define.

Incluso me ha pasado que, gente que ha asumido que soy marika, cuando me han visto con mi pareja del género opuesto la han mirado como pobrecilla, no se da cuenta… Miradas incrédulas, ojos como platos y alguna risilla que se te clava y que luego recuerdas cuando estás solite en tu casa. Y encima me tengo que gestionar yo este sufrimiento; luego soy yo el que tiene que estar en su casa comiéndose la cabeza o escribiendo un artículo para soltar esto cuando esta peña no ha gestionado nada; cuando el problema lo tienen ellos y cuando los que tendrían que currárselo solos y con gente son ellos.

Entiendo que la bisexualidad incomode, porque viene a reventar por dentro todo el alegato binario que hay sobre cómo entendemos el mundo.

La bisexualidad, como los no binarismos, vienen a romper con eso. Viene a decirte que las personas somos mucho más que heteras o marikas o bolleras, y más que hombres o mujeres, y eso dinamita consigo todo lo demás. Al final la bifobia es una herramienta más del cisheteropatriarcado para decirnos que no despuntemos, que no les rompamos el chiringuito que ellos están muy a gustito y que lo que somos es una pandilla de viciosas que no queremos más que follar y hacer tríos.

Pues que se preparen.

Nos apoya

T11 es un espacio de coworking y taller compartido en Sevilla donde desarrollamos nuestras propias actividades y proyectos.