nº54 | todo era campo

Riotinto: Minería, patrimonio y orden administrado

En Riotinto nació Rio Tinto Group, una de las mayores empresas de las bolsas de valores de Londres y Australia, pero como no podemos hablar ahora de cómo un pequeño pueblo del suroeste andaluz empezó a configurarse como el epicentro de la minería internacional —llegando a dar nombre a uno de los gigantes de la industria— dedicaremos este espacio a tratar de ilustrar cómo las formas históricas no son más que construcciones moldeadas desde el poder.

El poder tiene tres expresiones fundamentales: la económica, la política y la simbólica. Que estas tres dimensiones estén interrelacionadas es clave para la homeostasis del sistema. Hoy la minería en Riotinto vuelve a vivir el esplendor de tiempos pasados, es el primer motor económico de la comarca, todas las miradas están puestas en ella y aunque hay cosas que han cambiado otras tantas siguen siendo tal cual. Sigue igual la relación paternalista entre empresa y ayuntamiento, siendo este un agente subsidiario; sigue igual la idea de desarrollo asociada a una visión ecocida, donde el desarrollo económico es el único credo; sigue igual la alianza entre capitalismo y colonialismo, donde la herencia colonial se muestra con fiereza en el orden simbólico de las cosas.

La historia de la localidad, de la comarca y —en gran parte— de la provincia sitúa en el centro del proceso de patrimonialización la visión moderna del progreso, valorizando las aportaciones de quienes implantaron en el territorio la influencia de aquello que se denomina desde las epistemologías del sur «el poder colonial moderno».

En este contexto neocolonial, dos fundaciones se articulan desde esta ideología del poder colonial moderno, Fundación Riotinto, encargada de transmitir una visión histórico-arqueologicista —con parque minero y el museo minero como bandera— y fundación Atalaya Mining, perteneciente a la empresa minera actual, implementando una arbitraria política de responsabilidad social corporativa por su modo de producir ausencia (Santos, 2010) que impide lo que este autor llama desde la sociología de las emergencias el desarrollo de la «corriente caliente», es decir, aquella desde la que se traza una voluntad de acción dispuesta a valorizar las aportaciones de «los otros» al desarrollo del territorio.

En este contexto surge la propuesta del Centro de Interpretación Etnológico Matilde Gallardo como espacio cultural y la asociación Matilde para la Protección e Interpretación del Patrimonio Glocal como agente social, ambos complementarios y argamasados sobre la idea-fuerza de poner en valor el patrimonio antropológico, asociado principalmente a los sectores subalternos de la sociedad, aquellos que escasamente han sido estudiados, accesibles desde metodologías etnográficas y guardianes de un patrimonio inmaterial urgente de investigar por su sensibilidad al paso del tiempo, ya que el registro oral muere con quienes lo portan. Dos son las dimensiones reseñables desde esta propuesta, la inclusión social en perspectiva comunitaria —incidiendo principalmente sobre poblaciones en situación de desigualdad social territorialmente segregadas, como el barrio de El Alto de la Mesa— y de género —destacando el papel de la mujer minera— y la sostenibilidad ambiental —con la importancia de los huertos del entorno minero—. La etapa colonial ha sido clave para realzar la dimensión patrimonial de la comarca desde un poliédrico prisma cuyas caras son el patrimonio arqueológico, geológico, arquitectónico, industrial y tecnológico, instituyéndose así la hegemonía global de base patriarcal, elitista y eurocéntrica.

Este modo de construir la historia deja fuera de la misma a quienes Eric Wolf denominaba «la gente sin historia», esenciales para tener una visión holística, global y veraz de la misma; así, se empieza por valorar la importancia de todo lo asociado a la idea occidental de progreso y se termina por rechazar todo aquello que no forma parte de ella o simplemente representa las etapas previas al mismo.

Emerger en un contexto de rechazo es una tarea ardua que requiere, además de tiempo, de la necesidad de hacer entender la importancia de las aportaciones de las clases populares al desarrollo socioeconómico de un territorio, con todo lo que ello implica al considerar los saberes, prácticas y creencias asociados a las actividades tradicionales, y su reconocimiento dentro de las economías informales o de subsistencia. Es por ello que la economía alternativa y solidaria se configura como un marco ideal para dar cobertura a las propuestas de trabajo que se afianzan desde estas perspectivas.

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