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Pestañas cerradas de par en par

Hoy, una mañana aburrida de octubre, he decidido dejar de pestañear. Sí, así, mantener las pestañas abiertas. No es una decisión tomada a priori, es una habilidad que he constatado frente al espejo, delante del cual hacía muecas, como todas las mañanas, esta mañana aburrida de octubre. Lo he visto. Claro, ahora lo veo todo. No pierdo una sola imagen. No se me escapa un solo píxel de mi existencia. Qué digo de mi, de LA existencia. Lo veo todo. Lo percibo todo. Ya no me aburro. Con todas las pestañas abiertas, el mundo me muestra todos sus estímulos. Yo, recibo. Una conferencia en YouTube de Chimamanda Ngozi Adichie titulada El peligro de una sola historia. El manifiesto de la plataforma No somos delito. El set de flickr de la biblioteca pública de Detroit abandonada. Un post de blog donde Manuel Delgado te da consejos para hacer una tesis. La web de Teenagers, una peli que, sí o sí, hay que ver. Un enlace al artículo de El País que tantas respuestas provocó. Una de las respuestas. Un post llamado Microfascismos. Un mapa de relaciones. Mi mail. El twitter. El dropbox, el facebook, el skype, un tumblr de tatuajes antiguos… Ya no parpadeo. Así participo. Para la sequedad, uso colirio. Para el empacho de estímulos y tareas aún no tengo receta. Ni para el proceso de acelere.

Dormir es lo más difícil. Me salto y añoro mi siesta. Pero, a cambio, lo veo todo, estoy en todos los debates, contribuyo con mis comentarios y respuestas, perfecciono mi capacidad de relacionar unos temas con otros, palabras clave, me río con todo, conozco todos los virales. Soy una persona omnipotente, casi. ¿Soy dios? Nah. Ese asunto es taaan siglo XX, nadie habla de eso por aquí. ¿Pero me estoy desviando? Arf. Mantener las pestañas abiertas es muy divertido pero cansa. No pestañear desgasta. Por la tarde-noche de ese mismo día estoy agotada, no me puedo ir de cañas porque no puedo cerrar las pestañas. ¡Anda, rima! De verdad, que no puedo salir, hay muchos temas e imágenes que requieren de mi atención. Mis amigos se preocupan. No solo tengo los ojos rojos sino que la cabeza me está creciendo ostensiblemente por momentos.

Me llevan a ver a Remedios. Remedios es una especie de chamana. Es rubia platino y lleva la máscara muy maquillada. Habla en susurros para poder poner algunas cosas en su sitio. Me receta Elogio del Párpado, una tisana que hay que aplicar justo después de la jornada laboral (¿pero eso sigue existiendo?) y antes de cerrar el ordenador. Yo lo llamo espejo, le digo. Sin él ya no me sé ver. No me reconozco. Y eso no está mal, me contesta. Solo prueba a estar unas horas al día sin mirarte en ESE espejo. Mira a tu alrededor, levanta la cabeza, fíjate en los edificios, en la cara de algunas personas. Pero muchos van  también mirando sus espejos de mano, le digo. Bien. No pasa nada. No juzguemos. No está tan mal. Tú solo concéntrate en tratar de separarte del espejo unas cuantas horas al día. Y tómate la tisana. Te costará, aviso. Te sentirás perdida, aburrida. Probablemente sola. Ni caso. Escucha todo eso, a ver.

Mis ojos están recobrando su color. He podido echarme la siesta. Me fui de cañas, salí sin móvil. Uf. He visto que todas las cúpulas de mi ciudad están resquebrajadas. Mis pies han percibido un incendio subterráneo. Quizá era eso lo que mis pestañas cerradas de par en par no me dejaban percibir. No me extraña. Ahora tengo miedo. No pasa nada. Me restriego los ojos. Me concentro un poco en, simplemente y por ejemplo, hacer la digestión. Sigo caminando.  

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