nº40 | todo era campo

Urbanismo Feminista

Genealogía para hacer ciudades que pongan la vida en el centro

Desde hace unos años, el urbanismo feminista y el urbanismo con perspectiva de género van ganando visibilidad. Sin embargo, lejos de ser un ámbito de conocimiento novedoso, es un campo que lleva desarrollándose desde los años 70; primero por parte de geógrafas y urbanistas y luego desde otras disciplinas. Pero, si ha tenido más de 40 años de recorrido, ¿qué ha llevado al silenciamiento de las contribuciones feministas a los estudios y prácticas urbanas? ¿Por qué no ha tenido visibilidad hasta ahora y aún, a día de hoy, sigue siendo considerado un ámbito de conocimiento menor?

Hay múltiples hipótesis que explican este ninguneo. Por una parte, vivimos un momento de auge del movimiento feminista. Esto ha llevado a que en los últimos años exista más predisposición y un mayor número de personas interesadas en escuchar diferentes propuestas teóricas y prácticas hechas desde el feminismo y que aportan una mirada crítica a ámbitos tan diversos como la salud, la economía, la educación, la historia o el urbanismo. En el caso del urbanismo feminista, se han multiplicado las jornadas y artículos periodísticos, pero sigue considerándose una etiqueta para una acción concreta, en lugar de una mirada holística y transversal para repensar los espacios públicos, comunitarios y domésticos.

Por otro lado, los estudios feministas (que no son una disciplina en sí, sino una aproximación teórica e ideológica como podría serlo el marxismo, el estructuralismo o el postmodernismo) han sido devaluados, ninguneados y, cuando ya no ha sido posible invisibilizar sus aportes al conocimiento, dichas contribuciones se han cooptado e instrumentalizado, utilizando para ello diferentes estrategias que Teresa del Valle1 clasifica en: usurpación, devaluación, silenciamiento, transformación interesada y lapsus genealógico.

Es evidente la invisibilización de autoras que han hecho cuantiosas aportaciones a los estudios urbanos desde una perspectiva feminista y que con suerte son mencionadas en las escuelas de arquitectura: Dolores Hayden, Gerda Werkele, Daphne Spain, Ana Falú, Olga Segovia, Matrix, Mujeres Urbanistas, etc. Pero, además, otras autoras que no han trabajado específicamente desde un enfoque feminista y que han hecho propuestas fundamentales para entender nuestros entornos, como Ruth Glass que acuñó el concepto de gentrificación o Rachel Carson que con su libro Primavera silenciosa sienta las bases de la conciencia ecologista, también son olvidas por la historia patriarcal.

También las metodologías y propuestas hechas desde el urbanismo feminista son olvidadas o utilizadas sin explicar ni reconocer cuál es su origen. Las «marchas exploratorias» es una metodología que está hoy en día ampliamente extendida y que trata de reflexionar de manera colectiva y a pie de calle sobre las diferentes vivencias y percepciones de seguridad de las personas que habitan un territorio. Este método fue introducido por las feministas canadienses en la década de los 90 y adaptado posteriormente por compañeras latinoamericanas. El lapsus genealógico que silencia e invisibiliza quién y porqué se creó esta metodología es obvio. Por su parte, las sociólogas italianas, también en la década 90, reivindicaron la necesidad de introducir la gestión del tiempo en las políticas urbanas, apelando además al sesgo de género existente en la distribución de tiempos y tareas, y en la penalización que sufren las mujeres por la disposición de los tiempos públicos. Por último, las feministas escandinavas, durante los años 90, introdujeron el concepto de nueva vida cotidiana para plantear la necesidad de diseñar espacios urbanos en los que se incluyera la diversidad de necesidades y propusieron la creación de infraestructuras de la vida cotidiana como soporte para las actividades que hacemos en nuestro día a día.

También es importante recuperar la genealogía de mujeres y colectivos feministas que, desde las prácticas de base, han elaborado un repertorio de reivindicaciones y luchas urbanas que reclaman un cambio de prioridades en la configuración y uso de la ciudad.

En diferentes ciudades del Estado, las mujeres tuvieron un papel fundamental en los movimientos vecinales en la década de 1970. En Barcelona, por ejemplo, grupos de mujeres lideraron las reivindicaciones para conseguir guarderías (Carmel, Sants, etc.) y colegios (Sant Andreu, la Verneda, etc.) y participaron activamente de otras movilizaciones para pedir equipamientos y espacios públicos en los barrios.

Ca la Dona, en Barcelona, es un ejemplo histórico de la lucha por espacios propios que se remonta a mediados de los años setenta, a raíz de las I Jornadas Catalanas de la Mujer, en 1976. Después de una okupación, una casa alquilada y muchos años de lucha, en 2012 consiguieron un edificio cedido por el Ayuntamiento, que es lugar de referencia y confluencia para muchas feministas de la ciudad.

Desde el feminismo autónomo también han existido okupaciones de espacios no mixtos en diferentes ciudades, como la Eskalera de Karakola en Madrid (okupada desde 1996 hasta 2005 y actualmente emplazada en un local de alquiler social) y la Mambo en Barcelona (2006).

En Porto Alegre (Brasil), la casa Mirabal (Casa de Referência da Mulher – Mulheres Mirabal) es un edificio okupado por feministas en 2016 ante la falta de recursos para mujeres que han vivido violencia machista. La casa nace como un espacio referente de tranquilidad, que provee de alimento, hospedaje y atención, para que estas mujeres puedan acudir con sus hijos e hijas.

En Argentina, durante los años posteriores a la gran recesión económica del 2001 y frente a la propagación de una pobreza extrema en muchos barrios populares, con graves problemas de desnutrición en la infancia, proliferaron los comedores comunitarios en los que se daba de merendar a los niños y niñas del barrio lo que se denominaba la «copa de leche», y que fueron organizados mayoritariamente por mujeres del barrio que se organizaban con otras vecinas.

Este repertorio de acciones ejemplifica luchas urbanas de colectivos de mujeres que desde la autogestión y al apoyo mutuo buscaban soluciones ante la falta de vivienda, espacios de encuentro y recursos básicos o estrategias para afrontar las violencias machistas.

Visibilizar las genealogías es reconocer la dimensión colectiva y acumulativa de teorías y prácticas, frente al relato individualista que vanagloria la autosuficiencia y la meritocracia, construido desde la ciencia positivista y patriarcal. Es agradecer a las que estuvieron antes por abrir el camino para que hoy estemos aquí. Es tejer redes con las que están ahora, porque juntas podemos llegar más lejos.

1 Teresa del Valle: «Identidad, memoria y juegos de poder», Revista Deva, n.º 2, Asturias, 1995.

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