Anda estos días Tim Berners-Lee promoviendo lo que llama un «nuevo contrato (social) para la Web». ¿Qué está pasando para que al inventor de la Web se le ocurra ahora plantear un asunto así? Pues ocurre algo que, aunque a milenials, generación Z, quincemayistas, pedros-sánchez y jóvenes varios pueda sonarle a chino, muchos y muchas de los que participamos en la construcción de los primeros diez o quince años de la Web sí que entenderemos.
Tal vez, una de las (pocas) cosas buenas de tener ahora más de cuarenta años de edad, y habiendo estado atento al mundo de la cultura digital durante las últimas décadas, es la de haber conocido de primera mano un proceso de cambio tecnológico bastante radical comparable al que pudo haber sido la aparición de la máquina de vapor a finales del XVIII y principios del XIX. Durante aquellos años de la emergencia de la Web parecía que había un mundo nuevo lleno de nuevas posibilidades y oportunidades. Aunque más adelante también pudimos ir viendo cómo se hacían realidad algunas de las opciones, hasta llegar a convertirse en monstruosas, y cómo otras se quedaban en nada, como si hubieran sido abortadas. Todo aquello que observábamos y que en parte nos pasaba se parecía un poco a cuando se lee un libro de historia o una novela de ciencia ficción, pero estando ahí en medio de todo, aunque fuera como protagonistas secundarios o, a lo peor, como figurantes… o como espectadores de gallinero.
Pudimos ver cómo el período culminó hacia mediados de la década de 2000 con el triunfo de las lógicas capitalistas que hicieron suyas todas las virtualidades y oportunidades que habíamos podido vislumbrar; usándolas, incluso, como medio para volver a insuflar los decaídos espíritus animales del capitalismo a un nuevo ciclo aún más intenso; que eso parece ser lo que ahora vivimos o, más bien, padecemos.
Indymedia, —estos días recién hicieron veinte años de su aparición fulgurante (diciembre de 1999 en Seattle) y de ahí la presente reflexión—, representaba algunos aspectos de aquella Web (1.0 la llamaron en algún momento) que muchos de aquella generación imaginamos: ¿abierta?, ¿descentralizada?, ¿democrática?, ¿liberadora?, ¿emancipadora? Algunos o algunos lo recordaremos, y otros, la mayoría, no tendrán idea de qué fue aquello; 20 años son muchos años… e incluso a los que estuvimos allí creo que a veces nos parece más un espejismo que algo real. De forma muy sintética, Indymedia era una red de redes —se decía así también de internet entonces—, distribuidas globalmente para producir información independiente, bottom-up, etc., pero que en su proceso de desarrollo o de emergencia se constituyó también en una red de lo que algunos llamábamos «producción biopolítica», esto es, de producción de otras formas de vida, relaciones sociales y de poder, subjetividades y esas cosas. Cabe señalar algo más que hoy resulta bastante sorprendente: que Indymedia en aquel momento era de las cosas más avanzadas, la vanguardia conceptual y tecnológica de internet. Durante algunos, pocos años, el software libre, la proliferación de la cooperación y lo que se llamó la «ética hacker», las «contracumbres» y los foros sociales mundiales, la globalización de la comunicación y las luchas, la prosperidad pre-crisis… a muchos nos parecía que algo de verdad diferente estaba (casi) a punto de ocurrir.
Veinte años después, tristemente, el escenario es bien diferente. La crisis, la austeridad y el disciplinamiento asociado, por un lado, y el éxito arrasador del capitalismo digital, por el otro, hacen que lo de aquellos años nos parezca hoy más un sueño o un espejismo, como decíamos, que otra cosa. Entre las muchas descripciones de la situación actual, la del Stack de Benjamin Bratton (2015), me parece que es una de las más acertadas: una nueva hegemonía planetaria que tiene entre sus pilares fundamentales los grandes proyectos tecnológicos de control social y de extracción del valor de la cooperación. El subtítulo del libro de Bratton es precisamente «software y soberanía». El equipo que representarían los Berners-Lee, Stallman, Swartz, Indymedia, Wikipedia y tantos otros sufrimos una derrota estrepitosa… Y aún cabe preguntarse, incluso, si los activistas del software libre, la cooperación sin mando y las redes descentralizadas, en realidad, sólo estábamos haciendo la cama al capitalismo digital. O si, por el contrario, aquello constituía verdaderamente una alternativa truncada, malograda, que fue capturada o comprada, o lo que fuera, por los que ahora tienen la sartén por el mango (de la nube).
Esta es la pregunta que planteaba Franco Berardi, Bifo, tan buen amigo de Indymedia, en su libro Futurabilidad (2017): en cualquier presente existen múltiples futuros posibles; la potencia sería la energía subjetiva que despliega las diferentes posibilidades y hace que sucedan unas u otras, lo que convertiría lo posible-virtual en actual; el poder serían «las selecciones (y las exclusiones) que están implícitas en la estructura del presente, la selección y la ejecución de una de las posibilidades, y simultáneamente la invisibilización (y la exclusión) de las otras muchas posibilidades».
Llegados al 2020, podría decirse que en este juego tecnopolítico de las tres Ps, posibilidad, potencia y poder, el equipo GAFAM, o como lo prefiramos llamar, está arrasando al equipo de Berners-Lee, Indymedia y jipis varios. A ver cómo se da la década que ahora comienza. ¡Salud y convivencialidad!
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* GAFAM: acrónimo de Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft.