Una vez más, La Invisible se queda. De momento, pues todavía queda mucho por hacer. No ha sucedido por casualidad, sino por la decisión calculada de una máquina social que, frente al páramo que va dibujando la economía extractivista que se ha impuesto en Málaga, ha perdido el miedo a desobedecer, pero con imaginación y alegría, sin necesidad de fruncir el ceño y de apretar los dientes. Las superheroínas (in)visibles mostraban el camino, el resto lo seguíamos.
Siempre ahí, al sosegado acecho, estas superheroínas han logrado nuevamente ampliar el marco de lo posible en una ciudad cada vez más alejada de los intereses de su propia ciudadanía. Abandonando toda solemnidad y alejadas de cualquier ápice de sacralidad activista, son ellas las que han conseguido insuflar una energía renovada que no solo ha dado un necesario respiro a la comunidad invisible, sino que también ha logrado que la misma se multiplique de manera exponencial. En cantidad y calidad. Hacía tiempo, de verdad, que La Casa Invisible no vibraba tanto como este verano. Y lo seguirá haciendo en el curso que ahora comienza, el cual viene cargado de propuestas y actividades indisciplinadas. Querían acabar con la vida, pero esta se ha abierto paso de una forma tan espontánea como imprevisible. Ya no lo tememos. Ni a ellos tampoco.
El influjo de las superheroínas en defensa de La Casa Invisible ha sido bien grande. Han asediado la fortaleza del alcalde Paco (hasta hacerle bajar) de la Torre. La manifestación del pasado 19 de julio así lo demuestra. Suficiente gente como para, desde el castillo rodeado, pedir una tregua. Si es larga o no, está por ver. Enfundarse de nuevo las capas, desde luego, no va a ser un problema. Esta línea de fuga, por más que se intente, no va a ser bloqueada.
Cuando el Ayuntamiento de Málaga se quedó sin argumentos legales para defender el desalojo de La Casa Invisible, habida cuenta de que el inmueble se encuentra en una situación de cesión en precario de acuerdo a lo establecido en 2011 mediante el Protocolo de Intenciones firmado entre las distintas partes, empezaron las mentiras, relativas a la seguridad. En realidad, el objetivo que perseguía el gobierno municipal del PP —que aún persigue— es acabar con toda resistencia posible a su modelo de ciudad neoliberal, donde campan a sus anchas la gentrificación y el turismo masivo totalmente descontrolado. En la «Málaga de los museos», que no es otra cosa que la «Málaga vendida al mejor postor», La Invisible es una trinchera, quizás la última. Un oasis social, cultural y político en medio de la ciudad-espectáculo. Un lugar para hacer de la vida un problema común. La Invisible es inclasificable e irreproducible, un espacio liso que se enfrenta a la territorialización universal del capitalismo, por eso les molesta.
En todos estos años, La Casa Invisible ha tenido momentos de auge y de bajón, ha estado a rebosar y totalmente vacía, limpia y verdaderamente sucia. En algunos momentos ha estado fuera de lo que ocurría en la ciudad, en otros en la primera línea junto a muchas otras personas y colectivos. Se ha desbordado en ciertas ocasiones, en otras ha estado aislada, encerrada en sí misma. A veces, La Invisible —la Invi, como la llamamos con cariño— ha acertado; a veces, se ha equivocado. Pero siempre ha estado ahí. Ese es su valor, para lo bueno y para lo malo, algo que todo el mundo sabe.
La Casa Invisible seguirá siendo sostén en medio de la docilidad y la instrumentalización. Continuará siendo un espacio de acogida, de creación y de experimentación. Renglón torcido que escapa. Por eso se queda. Esa es su decisión.