nº17 | la cuenta de la vieja

Crítica del capitalismo en su fase de descomposición

Sobre la crítica del valor de R. Kurz y el grupo EXIT!

¿Cómo entender la actual crisis del capitalismo? ¿Estamos ante una crisis más, marcada por los excesos del capitalismo financiero, o se trata de una quiebra más profunda? La corriente de la crítica del valor, liderada por Robert Kurz, intenta ofrecer algunas respuestas y replantear el modo en que entender la crítica social ante la descomposición del capitalismo.

En los años que siguieron a la «ruptura epocal» de 1989, la crítica de la economía política en clave marxiana era considerada un capítulo cerrado de la historia del pensamiento, y obstinarse en criticar el capitalismo parecía cosa de incorregibles empecinados en no reconocer el nuevo signo de los tiempos. Corrían los años del «fin de la historia» y el «fin de las ideologías», y la imposición de la economía de mercado a escala planetaria prometía materializar el sueño de un mundo unificado que superara las divisiones entre bloques y abriera una época de prosperidad global. Dos décadas y media más tarde, estas expectativas se han revelado ilusorias. Tras un breve periodo de prosperidad a crédito y con pies de barro, el capitalismo globalizado deja tras de sí un escenario de nuevas desigualdades, pobreza de masas, un incremento de la población que no puede ser integrada en el sistema productivo y un encadenamiento de burbujas financieras que, a partir de 2008, desemboca en una crisis global. Ante este escenario, Marx parece volver a ser algo más que un espectro, y su análisis del capitalismo despierta un interés que va más allá de lo estrictamente académico. En este sentido puede resultar provechoso volver la vista a los planteamientos de una corriente teórica como la crítica del valor, que analizó críticamente la dinámica histórica del capitalismo en un momento en el que la mayoría prefería dejarse arrastrar por ella.

El predominio de la economía financiera, es decir, del dinero ficticio, habría permitido insuflar una bocanada de aire a un capitalismo que parecía haber superado su fecha de caducidad

El punto de partida de la crítica del valor es que, si bien la teoría marxiana no perderá su vigencia mientras subsista el capitalismo, no hay duda de que los planteamientos del marxismo tradicional ya no responden a la situación actual. Se trata por tanto de actualizar la crítica de la economía política distanciándose tanto del marxismo del movimiento obrero como del marxismo y el postmarxismo del medio académico. En este sentido, la crítica del valor asume que las formas de dominación capitalistas no pueden explicarse únicamente en términos de propiedad privada de los medios de producción o de antagonismo de clase. Más bien es necesario analizar las categorías básicas con las que estructura la totalidad de la vida social: el valor, el trabajo, la mercancía y el dinero. Porque el capitalismo no es solo una forma de extracción del plusvalor, sino una forma de vida que estructura toda la vida social. El valor, el trabajo, la mercancía y el dinero no son elementos consustanciales a toda formación social, sino que constituyen el rasgo distintivo de las relaciones sociales capitalistas. En ellas el capital se convierte en «sujeto automático» de todo el proceso social: el objetivo no es la satisfacción de las necesidades o el crecimiento de las fuerzas productivas, sino únicamente la valorización del valor como un fin en sí mismo. El capitalismo sería por tanto una «dominación sin sujeto», una «dictadura de la forma social» en la que las acciones humanas y la vida en sociedad se someten a los imperativos de la economía, entendida como esfera separada y autónoma. La economía se habría desgajado del resto de actividades sociales y se ha convertido en instancia reguladora de todos los ámbitos de la existencia.

La crítica del valor ha supuesto por tanto una verdadera revolución teórica, fundamental para entender el lugar del capitalismo en la historia y su propia dinámica evolutiva. Sin duda sus análisis se mueven en un alto nivel de abstracción; pero no por ello se aíslan de las luchas epocales ni se encierran en una torre de marfil. Más bien aspiran a replantear el modo en que articular la crítica del capitalismo, y lo hacen movidos por un sentimiento de urgencia epocal. Ante todo, la crítica del valor entiende que la teoría no debe ir a remolque de las exigencias de la praxis militante, sino que debe ser tomada en serio en su autonomía. Su producción se ha desarrollado al margen de los contextos académicos al uso, prefiriendo grupos de trabajo y discusión de marcado carácter político —cuyo nivel teórico, sin embargo, no tiene nada que envidiar a los mejores seminarios académicos—. De hecho sorprende que esta corriente teórica, con implicaciones de tan largo alcance, sea el producto de un puñado de individuos que colaboran en un par de colectivos teóricos en condiciones materiales sumamente difíciles. Su epicentro ha sido la ciudad alemana de Nuremberg, que vio primero el surgimiento de la revista Marxistische Kritik en 1987, que a comienzos de los 90 cambiaría su nombre a Krisis. En 2004 se produjo la escisión del grupo que llevó a autores como Robert Kurz, Roswitha Scholz o Anselm Jappe a fundar la revista EXIT! La actividad de EXIT! continúa hasta hoy, pero su recepción y apropiación se ha ido extendiendo a distintos grupos fuera de Alemania, en países tan dispares como Francia o Brasil.

La crítica del valor es ante todo producto de la actividad teórica de Robert Kurz, fallecido prematuramente en julio de 2012, cuyos textos están en gran medida aún por traducir al castellano. Sus reflexiones fueron, desde el principio, el motor que impulsó la crítica del valor. No es difícil imaginar la conmoción que supuso la publicación de su libro El colapso de la modernización en la Alemania de 1991. En el escenario de final de la Guerra Fría y triunfo total del capitalismo, de repente aparece un outsider con un texto que, a partir de una refinada lectura de los textos más duros de Marx, afirma que el proceso de modernización capitalista se acerca irremediablemente a su fin, que el capitalismo está abocado a una crisis final. Según Kurz, llegaría un punto en que la tendencia de un crecimiento económico lineal, acumulativo e irreversible dejaría de funcionar; la clave está en una contradicción inscrita en su propia dinámica. Producir valor requiere explotar fuerza de trabajo, pero la situación de competencia entre los productores lleva a una carrera por el empleo de tecnologías cada vez más sofisticadas que desata una dinámica fatal: en cada nuevo avance de la productividad, el primero en emplearlo sale ganando por un tiempo, ya que logra producir más mercancías con menos fuerza de trabajo. Pero cuando otros productores lo imitan y se establece un nivel de productividad más alto, baja la tasa general de beneficio y se relanza la carrera hacia el siguiente avance; el aumento de productividad gracias a las tecnologías hace que se pueda prescindir cada vez de más trabajo humano, que sin embargo es la sustancia de la que vive el proceso de valoración: conforme la necesidad de trabajo humano mengua, crece la necesidad de capital. Hasta ahora el aumento de la producción y la expansión a nuevos mercados de valoración paliaban —al menos temporalmente — esta contradicción, pero también la reproducían a una escala cada vez mayor. Para Kurz, con la revolución industrial de la microelectrónica se habría llegado a este punto crítico en el que la lógica según la cual el objetivo de la actividad productiva no es satisfacer necesidades, sino alimentar el ciclo incesante de trabajo que valoriza el capital y capital que emplea el trabajo, se toparía con un límite insuperable.

Al principio, los análisis de Kurz y la crítica del valor llegaron a recibir cierto eco en Alemania. Sin embargo, y a pesar de que el sucesivo estallido de burbujas financieras —desde Argentina a la burbuja puntocom, pasando por la del Sudeste asiático— parecían dar la razón a sus planteamientos, no tardó en crearse un consenso que rechazaba su teoría por «especulativa» o «contrafáctica». Pero con el estallido de la crisis en 2008 de repente las cosas cambiaron. De hecho, corre el rumor de que algunos asesores financieros y grandes inversores se convirtieron en lectores asiduos, aunque clandestinos, de las columnas que Kurz escribía en los periódicos alemanes y brasileños. Y es que sus análisis parecían estar en condiciones de explicar mejor que nadie la crisis en curso. Lo que Kurz señalaba en ellos es que no estamos ante una crisis pasajera más en la historia del capitalismo, ni tampoco ante la transición hacia un nuevo modelo de acumulación, sino más bien ante un síntoma de que la dinámica del capitalismo y su lógica de modernización se topa con su límite interno y estaría entrando en una fase de lenta descomposición —con consecuencias sociales devastadoras —.

En este sentido, la crítica del valor ofrece una visión distinta del papel que ha jugado aquí el capitalismo financiero. Sus trabajos ponen de manifiesto que la financiarización de la economía no habría sido solo el producto de la ideología neoliberal o de una élite de malvados especuladores que parasitan la llamada «economía real», sino el proceso que ha permitido compensar las crecientes dificultades que afectan a la valorización del capital desde los años setenta. El predominio de la economía financiera, es decir, del dinero ficticio, habría permitido insuflar una bocanada de aire a un capitalismo que parecía haber superado su fecha de caducidad. Lo que ocurre es que, ciertamente, esta solución podía posponer el choque con el límite interno, pero no eliminarlo. Frente a ello, tampoco las tentativas de volver al «capitalismo social» o al «Estado asistencial», de plantear un «capitalismo con rostro humano» o «adaptarse al cambio climático» llevarán a ninguna parte, porque no ofrecen respuesta al problema del límite de la valorización: son consignas vacías. Las instancias de intervención política a través del Estado no son suficientes, porque su escasa capacidad de agencia no permite poner límites a las exigencias sistémicas del capital. El modelo keynesiano de crecimiento capitalista, bienestar y paz social —que apenas logró arraigar en una pequeñísima región del planeta— se revela un mero interludio en la brutal historia del capitalismo, y nunca fue esa Arcadia ideal que hoy se idealiza con nostalgia retrospectiva. En definitiva: en la medida en que el capitalismo corre el riesgo de morir de éxito, lo que vendría después no sería el socialismo, sino más bien las ruinas.

Desde esta perspectiva, la coyuntura de crisis a la que nos enfrentamos adquiere un nuevo cariz: no se trata tan solo de la reducción de las prestaciones sociales, del crecimiento de la pobreza o de las nuevas formas represivas de administrarla, sino del inicio de una nueva fase histórica. Aunque ciertos países o empresas sigan presentando altas tasas de crecimiento, el proceso de valorización se encuentra con dificultades cada vez más prohibitivas. La crisis que atravesamos —generalmente percibida como mera «crisis de deuda» o «financiera»— no sería ya una transición hacia un nuevo modelo de acumulación, sino la entrada en un periodo de declive, que será cualquier cosa menos estable y que exige replantear los términos de la crítica social. La mayor amenaza en términos sociales viene de que la capacidad de inclusión a través del trabajo asalariado disminuye a ojos vista, y sin embargo el capitalismo ha imposibilitado toda forma de reproducción de la propia existencia al margen de las relaciones monetarias. De ahí el peligro del crecimiento de la población «sobrante», que ya no sirve siquiera para ser explotada, y que se ve expulsada del sistema del «ganar dinero» en régimen de competencia sin que este sistema deje de ser condición para su subsistencia material. La barbarie que viene sería la de un capitalismo de apartheid global, en el que quizá florezcan aún pequeñas islas de prosperidad, pero rodeadas de entornos de pobreza extrema y descomposición social.

La crisis que atravesamos —generalmente percibida como mera «crisis de deuda» o «financiera»— no sería ya una transición hacia un nuevo modelo de acumulación, sino la entrada en un periodo de declive, que será cualquier cosa menos estable y que exige replantear los términos de la crítica social

La crítica del valor no ofrece una guía concreta para la acción política. Su análisis del capitalismo no puede traducirse inmediatamente en un programa de acción ni aplicarse a la propia existencia como un conjunto de fórmulas preestablecidas. Más que soluciones inmediatas, ofrece una detallada cartografía de los caminos que están cerrados para la praxis emancipatoria. Y es que buena parte de sus esfuerzos se dirigen a una tarea de desilusión: desenmascarar los falsos atajos a la emancipación y los peligros del culto a la acción inmediata. Sin embargo, esto no significa que se entregue a una actitud resignada o derrotista. Simplemente exige tomar conciencia de que ningún atajo puede acortar el penoso proceso que implica romper con las formas de socialización capitalista. Porque el capitalismo no es algo que esté «ahí fuera»: no es el proyecto de los políticos, los banqueros o las élites empresariales, sino una formación social que ha constituido todas nuestras formas de vida, de existencia social, nuestras formas de pensar y nuestros deseos. Romper con el capitalismo exige romper con su marco categorial, y esto implica también romper con las formas sociales dentro de las cuales se mueve nuestra existencia: valor, trabajo asalariado, dinero, producción y consumo de mercancías. Se trata, en definitiva, de romper con lo que nos configura como sujetos, con lo que constituye el horizonte de deseos y de miedos. Y para esto no hay recetas.

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