Una fisura al androcentrismo El arte no tiene nada que hacer con el sexo del artista. Aspiro a ser mirada como una compositora en lugar de ser juzgada como si hubiera un tipo de arte musical para hombres y otro para mujeres. Rebecca Clarke
La historia del mundo nos ha sido transmitida de manera androcéntrica: por una parte, los hombres han sido los protagonistas relegando a la mujer a papeles secundarios de forma sistemática; y, por otra, los principales transmisores han sido ellos, cuya percepción ha dejado en ocasiones una lectura muy sesgada de la realidad.
En el ámbito de la composición musical, la transmisión y los procesos escritos de registro de autorías han sido fundamentalmente tarea de varones: esto hace directamente proporcional el hecho de que cuantos más registros hay es más fácil que desaparezcan las mujeres. La escasa minoría de mujeres «visibles» que han participado en esta historia ha luchado siempre por escapar de la sombra a la que se veían relegadas por un sistema patriarcal donde el sexo ha determinado la función en la sociedad.
Es importante romper esa concepción androcentrista mediante la visibilización de las mujeres; en este caso, Rebecca Clarke, a la que rescatamos, a la que iluminamos en estas líneas, no solo por toda su aportación a la historia de la música mediante sus composiciones, su valor interpretativo o el incremento del repertorio violístico del siglo XX, sino también por crear referentes en las mujeres del siglo XXI. Sus cualidades como mujer, como violista y como compositora, fundamentan idearios femeninos que han abierto y pueden abrir camino a muchas mujeres con las mismas inquietudes y potenciales artísticos y humanos.
Por otro lado, y a partir de su figura, es necesario mostrar la situación discriminatoria que hemos vivido las mujeres dentro del campo musical y que hoy en día seguimos viviendo. Una discriminación de género que se hace patente, entre otras, por parte de las desacertadas críticas masculinas. Doy fe, en primera persona, aun 20 años después de su muerte, de sufrir las críticas destructivas de un profesor diciendo: «para tocar la viola hay que tener cojones y tú no los tienes».
Rebecca Clarke (27 de agosto de 1886 – 13 de octubre de 1979) fue una compositora y violista de origen inglés y prestigio internacional. En el campo de la composición musical es considerada una de las personalidades más importantes del período de entreguerras, así como la compositora británica más distinguida de su generación. Sus obras han sido reconocidas por su gran habilidad compositiva, así como por ser una grandísima violista.
Pero no hay manera de explicar su mérito académico sin tener un conocimiento holístico de su persona: qué relaciones de poder tenía, su red de contactos. Es sabido que el ascenso, en muchos casos, depende de quién se tenga al lado. Es muy sugerente descubrir que Rebecca Clarke se codeó con las personalidades musicales más importantes a nivel internacional del momento o que, del mismo modo, se ganó el respeto de estas mediante la valía de sus trabajos y su gran humildad como persona.
Asimismo, fue clave el hecho de ser la primera mujer aceptada como estudiante de composición en el Royal College of Music de Londres, especialidad hasta el momento dirigida exclusivamente a hombres; o ser la primera mujer aceptada y, lo que es más importante, remunerada, en la Orquesta Sinfónica de Londres.
Las zancadillas masculinas también se presentaron en su vida, por lo que se vio abocada a tener una formación itinerante. Por ejemplo, cuando rechazó la propuesta de matrimonio de su profesor de armonía Percy Miles en 1905 fue abruptamente expulsada de la Royal Academy of Music de Londres. O cuando, a pesar de haber conseguido ser aceptada en el Royal College of Music de Londres, no pudo terminar su último año de estudios porque su padre, en 1909, la desterró brutalmente de la casa familiar al descubrir Rebecca Clarke que estaba teniendo un affaire extramarital.
A partir de aquel momento tuvo que valerse por sí misma, comenzando una vida profesional de intérprete con la viola. En ese momento, la sociedad aún no estaba preparada para valorar y tener una buena consideración sobre una chica que ganara dinero tanto por tener una profesión como, por ejemplo, abrir una sombrerería.
Como violista realizaría numerosas giras tocando música de cámara por la India, Singapur, Indonesia, China, Birmania, Japón, Hawai, EE. UU. o Inglaterra, entre otros.
Durante la Primera Guerra Mundial, se mudó a los EE. UU. donde trabajó tocando en agrupaciones de música de cámara, así como dando recitales de viola donde interpretaba obras compuestas por ella misma, aunque bajo el pseudónimo de Anthony Trent, debido a la imposibilidad de tocar solo obras de mujeres. Durante toda su carrera tuvo que afrontar continuas críticas de discriminación de género. Cuenta en su diario que las obras del «Sr. Trent» recibían mucha más atención que las que estaban a su nombre, a pesar de que muchas veces no eran tan buenas como los trabajos que llevaban su nombre.
Obtuvo su primer éxito real en 1919 cuando participó con su Sonata para viola en el Festival Internacional de Música de Cámara de Berkshire. Obtuvo el primer premio, pero cuando el jurado se enteró de que era una mujer, cambió el veredicto produciendo un empate y atando su premio al de otro gran conocido compositor, Ernest Bloch. La remuneración económica del premio fue para el compositor y para ella dejaron la parte de «prestigio».
Aunque algunas de sus obras se publicarían durante su vida, no ha sido así en su mayor parte, o solo se han publicado recientemente, y muchas fueron olvidadas en gran medida. El interés en su trabajo revivió cuando llegó a los noventa años.
Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y tierno corazón guerrero
Alejandra Pizarnik (1936-1972)