nº8 | la cuenta de la vieja

A vueltas con la crisis y la reproducción social

Ojiplática me quedo al leer el siguiente titular: «La crisis es historia del pasado». Dicho por el presidente del gobier-No, oiga, que no es cualquiera. Vamos, que por lo visto esto no ha sido más que un fenómeno-pasajero-producto-de-un-cúmulo-de-circunstancias-no-deseadas-aunque-prácticamente-azarosas... pero que ya está finiquitada. Así que saquen la pandereta y el anís, y a brindar por el austericidio Marca-España, fun-fun-fun. Funcionó... al menos desde el punto de vista de los intereses de la oligarquía mercantil y financiera que define las reglas del juego y a la que nuestros gobiernos rinden pleitesía.

Nada nuevo bajo el sol. El capital transnacional productivo, y en especial el financiero especulativo, opera con plena libertad desde hace décadas gracias al diseño de un entorno institucional que se va reestructurando a su merced. De ahí que el denominado «estado del bienestar» se haya constituido en una suerte de observador cómplice a partir de un conjunto de instituciones opacas y vaciadas de control democrático que han permitido una fuerte incidencia de los grandes lobbies y grupos empresariales. Y si bien ha mantenido cierta labor mediadora a través de la regulación convenida del mercado de trabajo, la asunción de ciertas responsabilidades en materia de educación, sanidad, protección social e «igualdad», y un papel pseudo-redistributivo, ello no ha sido óbice para garantizar importantes instrumentos de apoyo al capital privado. Algo que se ha producido de forma directa en épocas de crisis, pero también de manera indirecta en las etapas de «bonanza económica», a partir de la pérdida paulatina de soberanía y control democrático sobre la política monetaria, fiscal y laboral; la progresiva precarización del mercado de trabajo; la descomposición creciente del lazo social y el desmantelamiento de lo común; o la dotación de unas estructuras de bienestar colectivo insuficientes y, por tanto, puramente estéticas (ya que la principal institución garante de ello ha seguido siendo la familia, erigida sobre la división sexual del trabajo).

Todo ello ha ido abonando un terreno hostil que ha llevado a la degradación paulatina de las condiciones de vida de la inmensa mayoría social, y a la multiplicación de las situaciones de desigualdad y exclusión. Por tanto, que no nos vengan los encorbatados expertos con eso de que comienza a escampar, porque la quiebra generalizada de los procesos vitales a la que asistimos no es un fenómeno coyuntural derivado del estallido financiero de 2007, sino una tendencia sistemática que se deriva de las propias reglas del juego y que no se va a modificar sin un cambio estructural que vaya a la raíz de las mismas.

«No es una crisis. Se llama capitalismo»

Así lo cantan Flo6x8. Aunque habría que añadirle algún apellido más…

Efectivamente, nuestras vidas se desarrollan en el marco de un sistema que deriva del usufructo de la propiedad privada sobre el capital y funciona alentado por una tasa de ganancia. Pero para ello se apoya en esquemas distributivos basados en unos ejes de explotación que atraviesan cuerpos y fronteras de formas perversas (la clase, pero también el género, el estatus migratorio, la raza, la edad, la diversidad funcional, sexual…), por ello decimos que es un capitalismo heteropatriarcal, racista y colonial. Y nos quedamos cortas. Se trata además de un sistema biocida que se alimenta de la devastación ecológica y la desposesión de los bienes comunes, la apropiación de recursos públicos y la socialización de costes, poniendo continuamente en jaque las condiciones sociales y ambientales sobre las que desarrollamos nuestra existencia. Por tanto, no asistimos a una crisis, sino a un colapso sistémico fruto de las propias contradicciones que atraviesan a «esta escandalosa cosa»1 y de la huida hacia delante a la que nos conduce la supervivencia.

Ante semejante escenario, lo urgente no es ni mucho menos «recuperar una senda de crecimiento» que permita seguir alimentando al monstruo, sino poner sobre la mesa del debate político el conjunto de procesos que, a costa de ello, está poniendo en riesgo la sostenibilidad de la mayoría de las vidas. En última instancia, se trata de llamar la atención sobre las grandes contradicciones que amenazan el terrero del vivir como proceso cotidiano de reproducción de cuerpos, identidades y relaciones.

Y aquí los feminismos nos van a dar muchas pistas.

Develar el conflicto capital-vida

Hablar de conflicto capital-vida supone partir de una visión integral del sistema socioeconómico, abordando todo el engranaje que garantiza la satisfacción social de necesidades, y situando a las personas en el centro de la atención teórica y política. Para ello es necesario contemplar las estructuras sistémicas en la que se inserta el sistema económico (la dimensión ecológica, la reproducción social…), pasando por las diversas esferas de actividad económica que lo componen (mercado, estado, hogares, redes sociales y comunitarias) hasta llegar a los sujetos concretos (con cuerpos e identidades) que encarnan la responsabilidad última de generación de bien-estar cotidiano en un sistema que lo obstaculiza.

Por un lado, estamos inmersxs en una crisis ecológica global que nos adelanta unos escenarios de escasez cuya escala apenas podemos imaginar; asistimos a una intensificación de la precariedad de la vida, agudizada por tres elementos fundamentales en el Norte global: 1) el desmantelamiento de lo público (que no solo implica la transferencia de un importante volumen de recursos efectivos o potenciales del Estado al capital privado en materia de educación, sanidad o protección social, sino que además conlleva la reducción de la esfera pública y, por tanto, la desaparición de los espacios de deliberación y negociación colectivos y de control social sobre las decisiones políticas; 2) la obstaculización (o eliminación) de los espacios comunitarios de intercambio y relaciones; 3) y el reforzamiento de lo privado en una doble dirección: por un lado, se otorga más poder a los mercados mediante la mercantilización y financiarización de cada vez más dimensiones de la vida cotidiana, y por otro, más responsabilidad a los hogares que tienen que afrontarlo con los recursos privadamente disponibles.

Se va configurando así un escenario de polarización social en el que solo unos pocos hogares son capaces de hacer frente a los envites del sistema a partir de estrategias de consumo, mientras que para una amplia mayoría (abocados al subempleo, al desempleo o al endeudamiento, etc.) se intensifica su situación de incertidumbre no elegida en torno al acceso sostenido a los recursos necesarios para el proyecto de vida elegido. Una precariedad vital que, como señala Silvia Gil, deja de ser excepcional, para devenir en la norma neoliberal que rige la vida de una gran parte de la población, ahora también en el Norte global2, y ante la cual se despliegan múltiples estrategias de supervivencia.

Estrategias de supervivencia

Con esta expresión nos referimos a los arreglos cotidianos y apaños finales que desplegamos con el objeto de sostener y sacar adelante la vida dentro de nuestro contexto concreto. Estrategias que están privatizadas (en los hogares), invisibilizadas (no hacemos política desde ellas) y feminizadas (en un triple sentido material, subjetivo y simbólico).

Un breve apunte a este respecto: al intentar desvelar el papel de las relaciones de desigualdad entre géneros en el funcionamiento de la economía, corremos el riesgo de hablar de «las mujeres» (y de «los hombres») como si fueran identidades definidas o con intereses comunes. El género sería más bien una matriz en la que se cruzan diversas opresiones (y privilegios) que, además, se encuentran en constante proceso de cambio a la hora de definir las desiguales posiciones que vamos ocupando en la asunción de responsabilidades sobre la sostenibilidad de la vida.

Es decir, por un lado, somos conscientes de que el nuevo tipo de control social que se deriva de esta situación de precariedad vital es inseparable de una relectura del papel de las mujeres en las sociedades occidentales. Una vuelta de tuerca a la ética reaccionaria del cuidado (Pérez Orozco, 2006) que se impone a partir de un redimensionamiento de la división sexual del trabajo; de la normativización de unos modelos de convivencia únicos, generadores de desigualdades (la familia nuclear tradicional como sujeto de derechos y de consumo); de una construcción violenta del amor romántico que se utiliza como mecanismo de control clave de nuestros cuerpos, relaciones y sexualidades; o de una construcción de la feminidad —y la masculinidad— asociada a unos roles opresivos que conlleva que las mujeres asuman el rol de protectoras del hogar, garantes del ahorro y responsables últimas (o únicas) del bienestar familiar.

Pero, por otro lado, es necesario establecer ciertas cautelas. ¿Recae esta responsabilidad por igual en todas «las mujeres»? Obviamente, no. Y esta no es una cuestión cualquiera. De hecho, el protagonismo en estas estrategias de supervivencia feminizadas viene marcado por unas posiciones de subordinación cualificadas por distintos ejes. Algunos ejemplos:

  • Estamos re-emplazando o complementando los bienes o servicios que antes realizaba u ofrecía el Estado (por ejemplo, cierre de guarderías públicas, de centros para mayores, disminución de los días de hospitalización…) con trabajo gratuito realizado en los hogares. ¿Pero en qué mujeres del hogar recae esta mayor carga? ¿A qué mujeres se contrata si hay recursos disponibles? ¿Y en qué condiciones?
  • Estamos recurriendo a la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos, ¿pero recurrimos por igual todas «las mujeres» al trabajo en el campo, al autoempleo formal o informal, al exilio forzado, a la emigración «ilustrada», al trabajo sexual…? ¿Qué criterios definen los límites en nuestros niveles de explotación, competencia o autocensura?
  • Estamos modificando los patrones de consumo, ¿pero qué necesidades/hábitos son los que se priorizan y qué miembros de los hogares están siendo lxs más y lxs menos afectados por esta modificación?
  • Estamos recurriendo a la «economía de retales» a partir de la puesta en común de todos los recursos de los que disponemos los diferentes miembros del hogar (por ejemplo, familias en las que, en muchos casos, es la pensión del abuelo o de la abuela la única fuente estable de ingresos). ¿Qué tipo de núcleos pueden reagruparse? ¿Qué ocurre cuando lo que media es un océano y el centro neurálgico es un locutorio?
  • Estamos generando espacios de intercambio fuera de los mercados capitalistas, e incluso nuevas iniciativas políticas, ¿pero qué mujeres pueden involucrarse en estos procesos colectivos?

En mi caso soy una mujer blanca recién llegada a la treintena y procedente de una familia de lo que podríamos calificar como de renta media. Una precaria con estudios que estira una beca en una universidad pública y saca otros currillos extras para cubrir parte de las necesidades materiales. He tenido la suerte de criarme en un pueblo y no tener que preocuparme por conseguir papeles ni saltar vallas para acceder a ciertos derechos en materia de sanidad, educación, protección social o justicia. Comparto con otrxs siete una casa alquilada en el centro de Sevilla, no me han desahuciado ni exiliado, no estoy endeudada, en este momento las personas que conforman mis circuitos de intimidad (y yo misma) gozamos de capacidad para el autocuidado (y el cuidado mutuo). Dispongo de tiempo para la militancia, los quehaceres y los quereres feministas, y puedo permitirme el lujo de pasar horas de lectura y devaneos tesísticos en los que plasmarlos.

Es decir, cada cual diseña sus estrategias desde su propia posición. Y con ello contribuimos, en parte, a mantener latente el conflicto sobre la base, una vez más, de lógicas de desigualdad y (auto)explotación. Esto no implica alentar el sentimiento de culpa, pero sí de responsabilidad colectiva para mirarnos el ombligo y escudriñar nuestras propias condiciones y contradicciones de vida, entrando en diálogo con otras miradas y elaborando estrategias de desobediencia, resistencia y lucha que nos permitan transitar hacia «esa otra economía» en la que nuestra vida, la de todxs, merezca ser vivida.

1 Amaia Pérez Orozco nos recordaba estas palabras de Donna Haraway en la charla que dio en Sevilla el 22/11/14 con ocasión del cumple conjunto de La Fuga y El Topo (10+1).

2 Rescato aquí lo que las compañeras Mesoamericanas en Resistencia nos destacaban en el Congreso de Economía Feminista de Carmona: «aún vuestra crisis es nuestra abundancia». De ahí que resulte complejo hablar de una crisis de reproducción social a escala global.

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