nº69 | la cuenta de la vieja

Amistad y privilegios

Esta es una historia idílica de justicia social y amor millenial: seis amigues se conocieron en la tierna adolescencia, se enamoraron todes de todes, se mudaron a la Sierra Norte y montaron un huerto, un taller de invenciones y un centro cultural y vivieron desde entonces en armonía poniendo la amistad y el reparto justo en el centro.

Es broma. Vinieron las carreras, las parejas, las migraciones y la edad. Pero sí que, una vez al año, en verano, seguimos compartiendo y avanzando juntes. Lo hacemos en el pueblo de une de nosotres, donde disfrutamos y participamos de la vida de una pedanía de menos de cuarenta habitantes. Y la historia idílica que sí queremos contar es la de cómo pensamos una forma más justa de costearnos las vacaciones.

¿Qué significa ir juntes de viaje? ¿Cómo dar cuenta de nuestro rechazo a la meritocracia al repartir gastos entre amigues? Tal y como lo vemos, repartir, sin más, a partes iguales sería injusto. Así que, por si estas dos preguntas anteriores no eran complejas, decidimos navegar otras cuantas (no, no fue fácil).

¿A cuánto equivale la soledad de vivir lejos de casa para poder acumular un capital económico deseado? ¿A cuánto la solidez de aquellas que se quedaron y facilitan que los vínculos se mantengan? ¿Qué opciones económicas tiene una nieta que decidió cuidar? ¿Tiene precio la inseguridad constante de quien no tiene nacionalidad europea? ¿Habríamos decidido un camino diferente si la poesía o la danza se cobraran a tres mil quinientos brutos al mes, y la informática fuera una pasión humilde y feminizada, reservada a los ratos tontos de domingo?

Por suerte, o por desgracia, no todas estas preguntas tienen una respuesta en euros. Pero lo que sí es cierto es que las vacaciones se pagan con dinero. Y que las situaciones económicas de estes amigues divergen de año en año. Otra pregunta: ¿ayudaría algo establecer un modelo económico, digamos, una calculadora de lo que cada une debe poner, para un grupo de amigues con pensamiento político similar sobre la cuestión?

Ramón (nombre ficticio) propuso un modelo para repartir gastos. A partes iguales supone que quien más tiene, quizá, da un 15% de lo que ahorra cada mes, y quien menos, más del 100%, obligatoriamente. Por eso propuso darle la vuelta al asunto fijando el porcentaje. El modelo parte de dos factores:

  1. La capacidad de ahorro de cada une. Es decir, lo que ganas al mes, menos tus gastos fijos (incluido tu ocio habitual medio, pero no gastos extraordinarios como un viaje de placer). Esto da una cifra aproximada de lo que podrías potencialmente ahorrar cada mes.
  2. Lo que estás dispueste a pagar por el viaje.

Al dividir una cifra entre otra (lo que estás dispueste a pagar / tu capacidad de ahorro), sale un porcentaje, que es lo que te supondría el viaje con respecto a tu capacidad de ahorro. Para cada persona, el porcentaje será diferente según su voluntad. Y la idea es que todo el mundo ponga el mismo porcentaje (y no cantidad total).

Ejemplo: Lola podría ahorrar 60 € si se lo propusiera y está dispuesta a poner 170. Un 283% de sus ahorros mensuales (ahorra para el viaje, vaya). Carmelo, que vive en Suiza y puede ahorrar 1500 € mensuales, propone poner 350 €. Un 23% de los suyos. Este porcentaje, que es el más pequeño, limitaría al grupo, pues según la propuesta nadie aportaría más de un 23% de su capacidad de ahorro.

El coste total del viaje es de unos 1100 €: alquiler de coche, gasolina, dos cenas en el bar del pueblo, y la comida de una semana para seis amigues. Sumando los aportes de cada une con el 23%, o sea, los 350 de Carmelo, 13,8 de Lola (el 23% de 60), etc., no llegábamos a 1100. Vaya.

No os preocupéis, el bache matemático lo salvamos. Pero antes un detalle:

Las personas que menos limitaban al grupo, a pesar de tener mucha menos capacidad de ahorro, eran dos mujeres cis lesbianas artistas, y un hombre cis gay, filólogo y de origen chino.

No queremos decir con esto que las maricas y migradas sean las más generosas del mundo. Pero, ¿qué elecciones vitales, que afectan a mi capacidad económica directa e indirectamente, estarán orientadas socialmente? Hay quien dice que las diferencias personales tienen mucho de estructura: no solo financiera, sino también de configuración mental-simbólica de cada une…

Volviendo a las cuentas:

Surgió en el grupo otra opción: cada une pone lo que está dispueste, sin porcentajes, y se hace lo que se pueda con lo que haya. Sumando todo, salía un presupuesto total superior al coste mínimo del viaje. Parecía viable. Pero claro, las incomodidades después de poner las cifras sobre la mesa… ¿Qué tal se siente Lola sabiendo que, a pesar de su situación económica más desfavorable, está dispuesta a poner en proporción doce veces más para este encuentro amoroso que Carmelo, que en cuanto a parné, le va bien? ¿Y Carmelo?

Revisitamos la primera opción y había que reajustar los porcentajes. Para esto, o simplemente les que más tienen deciden poner más, o se puede hacer una cuenta (la dejamos anotada al final). Al final, cada une debería poner un 31% de sus ahorros mensuales para llegar al mínimo de 1100. Así, Lola paga 18,6 €, y Carmelo, 465 €. 115 más de lo que estaba inicialmente dispuesto.

Esta opción, la más técnica, es proporcionalmente justa en términos matemáticos. El modelo te dice lo que es justo y necesario que pongas. Cada une le da el mismo valor monetario al viaje, en función de lo que tiene.

Por eso, después de mucho expresar sentimientos, contraponer argumentos y reflexiones sobre el peso del contexto socioeconómico y las elecciones vitales, y preguntarnos cada une cuál era la opción más justa o, más bien, cuál queríamos como grupo; entre todes, elegimos esta última y comimos rico y felices con el regusto de que otros horizontes organizacionales son posibles.

PD: Si quieres usar la tercera opción con tus amiguis, aquí está la cuenta: Coste total del viaje / (Suma de la capacidad de ahorro de cada une) x 100.

Nos apoya

Entidad para la defensa, revitalización y rehabilitación de la Casa-Palacio del Pumarejo.

En su seno esta el centro vecinal Pumarejo, espacio autogestionado por el vecindario en el que tienen acogida muchas asociaciones, colectivos y actividades varias.