Aún a día de hoy soportamos frecuentemente discursos de odio orientados hacia la comunidad queer, pero el gran peligro se da cuando estas palabras quedan tan arraigadas en tu cabeza que no importa lo que te hayas alejado de esas influencias nocivas, te harán cargar con un cáncer que moldeará tus relaciones, autopercepción y amistades, a partir de ideas que van en contra de lo que tú eres.
Como muchas personas de esta generación, desde pequeñas hemos atestiguado un cambio de paradigma para la comunidad queer en cuanto a la normalización y visibilidad de identidades y relaciones fuera del espectro del amor hegemónico o binarismo de género. Esto, desde luego, no ha sido un cambio sin resistencia y, sobre todo, hoy en día hay un discurso muy fuerte que trata de hacer retroceder nuestra garantía de derechos.
Pero, por suerte, la comunidad queer es más grande que nunca y la mayoría de nosotras tenemos actualmente la suficiente edad y madurez como para poder hacer frente a toda esta problemática, lo que repercute directamente en su avance hacia cambios legislativos que limiten aún más nuestra libertad. Somos perfectamente capaces de defendernos de gente que nos odia, pero ¿cómo nos defendemos de nosotras mismas? Quizás eres capaz de actuar cuando alguien te falta al respeto, pero ¿eres capaz de hacerte frente cuando tú misma eres la que no te respetas? ¿Somos capaces de tomar la libertad por la que se ha luchado y derramado sangre para salir a la calle sin vergüenza? No vengo a hablar de la libertad que amenazan con quitarnos, sino de aquella que nos quitaron y que la mayoría aún no hemos podido recuperar.
Si debemos tener miedo a algo, pienso que debería ser a nuestra mente. Y es que, a diferencia del facha o la escritora de fantasía juvenil, aquello que se encuentra dentro de nuestra cabeza es intangible y silencioso como el más letal de los venenos y, para cuando te das cuenta de que está ahí, te encuentras en la silla de tu psicólogo, con 20 años, un grado universitario que no quieres terminar y llorando desconsoladamente porque eres tú quien ha estado saboteando tus relaciones todo este tiempo.
Sabemos perfectamente a la hipervigilancia que estamos expuestas como personas trans, sobre todo por parte de ellas, a las que nos ponen al mismo nivel que la peor calaña del género masculino. Sin entrar en detalles de las atrocidades que afirman que cometemos, hay una creencia extendida entre quien soporta esta ideología terf de que, dado que consideran a las mujeres trans como hombres, estas deben sentirse atraídas por mujeres y, por lo tanto, llevarán a cabo las mismas actividades depredadoras que bien es sabido que muchos hombres han cometido.
Curiosamente, a la mayoría de mujeres trans que conozco, de hecho, les gustan los hombres, y, claro, ahí reluce la absurdez y lo poco que realmente estas impresentables conocen a las personas sobre las que han decidido cargar todo su rencor.
Nada que ver, pero fui a un colegio de monjas e hice la catequesis, y resulta que soy lesbiana. Vaya sorpresa, ¿no?. Aunque eso solo fue la guinda del pastel si le sumamos el hecho de que soy trans, convirtiéndome para ellas en un caso aún más repudiable de autoginefilia. Es curioso porque, por lo que veo en mi día a día, o bueno, principalmente por internet, la suma de estas dos cosas suele venir de la mano de películas alocadas de neko girls socialistas y roleplay. Y genuinamente, ojalá tener la suficiente entereza emocional para eso, para lo que significa amar a una persona y ver madoka mágicas acurrucadas juntas en la camita. Desgraciadamente, he interiorizado que a la hora de relacionarme con mujeres cis, cualquier clase de interacción puede ser mal interpretada, y dios sabe que lo último que quiero yo es molestar a nadie en este mundo y mucho menos con la vergüenza que me traería verme como a un depredador sexual. Así que, simplemente en pos de mi propia integridad, todo sentimiento o deseo que pueda existir hacia la otra persona queda enterrado bajo una gran capa de miedo e inseguridad.
Pero el deseo sigue ahí y, al menos, hace unos años, dentro de toda la euforia de haber comenzado por fin mi transición médica, no era capaz simplemente de reprimir mis sentimientos cual monja de clausura. Pero dentro de mi cabecita traumatizada y bien adoctrinada, al ser yo una persona trans, qué clase de mujer iba a querer estar con alguien así. Para mí era totalmente inimaginable que las lesbianas que había conocido toda mi adolescencia pudieran sentir algo más que rechazo por una persona como yo, así que llegué a la conclusión de que, si no conseguía gustarle a los hombres, incluso si ellos no me gustaban a mí, nadie en su sano juicio iba a querer tocarme con un palo. Y claro, los hombres cis que me quisieran tocar no iban a estar en su sano juicio porque por supuesto también creía que la única razón por la querrían estar con alguien como yo es porque eran unos puñeteros chaser, aunque ahí acerté la mayoría de veces. Por supuesto, eso no fue nada bien, solo contribuyó más a mi propio autodesprecio y aversión al sexo por rebajarme a hacer las cosas que hice por la atención de una persona cada vez que se la quería cascar.
En la actualidad, aun habiendo tenido contados momentos de intimidad con chicas (cis y trans), soy incapaz de verlos como algo más que un acto de compasión o un mero capricho por el cual bien podrían haberles servido un juguete antes que mi cuerpo. Pero ese es solo mi parecer, claro. La realidad es que esas personas han decidido activamente pasar ese momento conmigo porque hay algo, que no soy capaz de ver, dentro o fuera de mí, que les ha gustado. La realidad es que merezco amor como cualquier persona en este mundo, pero ¿cómo voy a creer a las personas que tratan de dármelo cuando toda mi vida me han dicho que no lo merezco? Soy consciente de las dificultades que afronto por mi identidad, por mi aspecto, por mi forma de relacionarme con el mundo… y me cuesta creer que algún día alguien vaya a querer genuinamente estar conmigo, pero necesito dejar de culparme a mí misma por no encontrar el amor en un mundo diseñado totalmente en nuestra contra.