Cuando me propusieron que «Denny, el prostituto más caro del mundo» merecía aparecer en el Topo no lo dudé un instante. No suele ser habitual que un autor escriba reseñas o críticas sobre su propia obra porque, en principio, puede parecer cosa de ególatras y narcisistas, pero nada que ver; aquí somos de hacer las cosas a nuestro modo, así que esta vez no iba ser diferente.
Si tuviéramos que buscar un nexo en común entre escritores de la talla de Truman Capote, Christopher Isherwood, Gore Vidal, Gavin Lambert o Somerset Maugham, un gran porcentaje se decantaría por la pluma, no solo literaria, y no se equivocaría. Pero no. Demasiado evidente. Es Louis Denham Fouts —Denny para los colegas—, el puto más caro del mundo, y en el que se inspiraron para crear algunos de sus relatos más célebres. Y ahora, yo también.
Lo más fascinante de su historia es que solo la podemos armar gracias a los retazos que ellos, y algún que otro más, esparcieron por diferentes páginas sueltas de sus libros, diarios y cartas personales, como si de un puzle o misterio se tratase. Casi un mito ya que, a pesar de su influencia en la literatura americana, dejó poco registro de sí mismo: una carta de una madurez sorprendente sobre crueldad animal publicada en la revista Time en 1926, con solo doce años, una novela inacabada y una carta confesional que su madre quemó en cuanto la leyó y de cuyo incalculable valor nos privó para siempre. Porque «Denny fue un tipo que tenía que haber escrito unas memorias, pero que nunca lo hizo», según Gore Vidal. Él ya tenía quien se las escribiera.
Louis Denham Fouts fue un playboy —por decirlo bonito— de principios del siglo XX. Un chico de familia bien nacido en mayo de 1914, en Jacksonville, Florida, y que a diferencia de la mayoría, que vamos dando palos de ciego por la vida, tuvo siempre claro cuál era su propósito: no dar palo al agua y vivir como Dios. A priori, cumplía con los requisitos, tenía todo lo que cabría esperar para triunfar en esos menesteres: buena educación, una gran belleza física, un insuperable magnetismo sexual y un savoir faire innatos, que lo catapultaron a mezclarse con la élite más marica y poderosa de su tiempo sin demasiada dificultad. Denny siempre era el alma de las fiestas hasta que se metía toda la cocaína que se encontraba y se tiraba al novio del anfitrión o al hijo. Aristócratas, magnates y miembros de la realeza más recalcitrante —entre otros prendas— fueron sus amantes, que lo colmaron de atenciones. Pero esto, como ya se sabe, no garantiza nada en esta vida.
Porque Denny arrasaba allí por donde pasaba y se llevaba por delante a quien no tuviera cuidado, que no eran pocos ni mucho menos mindundis, faltaría más. Incluso a sí mismo, porque ninguno de sus encantos fueron suficientes para satisfacer todos sus deseos y excentricidades, que no eran pocos ni baratos, y que lo llevaron a buscar consuelo en las drogas, cuántas más mejor, en un intento de silenciar sus demonios internos, enganchándose hasta el tuétano y transitando por el lado más oscuro, hasta que un infarto fulminante en diciembre de 1948, a los treinta y cuatro —segun él treinta y dos por eso de parecer más joven—, acabó de repente con su intensa vida.
La verdadera carrera de Denny comenzó con 18 años, en Nueva York. Sus atributos físicos —«Era un homme fatal, un poderoso imán de estructura apolínea que mercadeó con sus encantos y pasó su vida de cama en cama», según Vidal— y sus modales burgueses le sirvieron para ganarse la confianza de los hombres más influyentes. No tardó mucho en cruzar el charco de la mano de un magnate alemán para llegar a una Europa convulsa antes de la Segunda Guerra Mundial y encandilar a todo tipo de miembros excéntricos de la aristocracia más decadente e, incluso, algún que otro nazi. Capote comentaba que era «el tipo más guapo del mundo» y que «si se hubiera acostado con Hitler, como Hitler quería, habría salvado al mundo de la Segunda Guerra Mundial». A ver a quién le han dicho una cosa así.
Según se mire, podría considerársele un miembro de la socialité de su época, o un parásito, pero sobre todo fue «el puto más caro del mundo». Aunque esa afirmación, como decía uno de sus mejores amigos, Christhopher Isherwood —autor de Adiós a Berlín, el libro en el que se basó la película Cabaret y con quien compartió un apartamentito muy coqueto en Los Ángeles un tiempo durante la Segunda Guerra Mundial—, nos da una imagen manida y distorsionada de un simple y sucio intercambio monetario; nada más lejos de la realidad. Denny nunca fue de los que se iban a la cama una noche con un cliente para que le dejaran luego el dinero en la mesilla mientras se echaba el cigarrito de después. Desde sus inicios, porque casi nadie en su profesión puede decir que lo eligiera, supo que ese no sería su camino. Siempre apostó fuerte. Fue, más bien, como un trofeo para ricachones —alguna ricachona también cayó, pero en proporciones anecdóticas— ya que solo tenían derecho a conservarlo siempre que dispusieran de los medios para mantenerlo. Esa era la clave. Y lo mejor es que no tenía que desplegar demasiado sus encantos porque todos se rendían a lo que deseara con tal de poder estar con él. Tal era su magnetismo. Ahora bien, la mayoría de sus seguidores eran mucho mayores que él, pero como se suele decir: «El que algo quiere, algo le cuesta».
La popularidad de Denny se forjó en la clandestinidad, entre bambalinas, así que su vida ha pasado inadvertida durante mucho tiempo para la mayoría de los mortales. Y aunque, efectivamente, su vida parezca un cliché tras otro, tampoco lo es. Estamos acostumbrados a que se aireen los affaires de hombres poderosos con actrices de cine, herederas millonarias, mujeres influyentes…, transformándolas en mito en algunos casos. Pero ¿cuántas veces es un hombre homosexual el protagonista de la historia? ¿Cuándo se habla de estos temas abiertamente?
Denny, el prostituto más caro del mundo no es solo una historia de putas, es acercarse a la historia de la conflictiva primera mitad del siglo XX desde una perspectiva que nunca nos contaron: la marica. Y si os ha despertado la curiosidad, en la editorial Zut lo podréis encontrar.