nº60 | mi cuerpo es mío

CRÓNICA DE UN LOCO CUALQUIERA

El texto que viene a continuación lo escriben varias manos: es la crónica de una persona que se ha visto de pronto internada en un centro psiquiátrico en Andalucía, concretamente en Málaga. Y también es nuestra experiencia: recoger su relato, atender minuciosamente a sus palabras, con miedo a interpretarlas o modificarlas, pero sabiendo que es imposible no pasarlas por nuestro tamiz, rindiéndonos por tanto a la subjetividad, la suya y la nuestra.

Primeras locuciones en sucio adentrándome en lo que he experimentado. Queda mucho por decir de cómo se vulneran los derechos de las personas aquí y los abusos de poder que se producen. Te quiero preguntar sobre el formato de mi intervención: prosa / poesía, entrevista y, sobre todo, ¿redactado por mí o por ti?

Así nos llega su audio, acompañado de este brevísimo texto. Ese es el objetivo: narrar la experiencia para centrarla en la vulneración de derechos como paciente psiquiátrico.

La primera forma de plantear la publicación es hacer un repaso, un viaje, de cómo ha sido mi estancia y las diferentes etapas. Así, en una primera revisión, me ha salido pensar en un primer periodo, un periodo de estupefacción. De pronto, por ir a consultar a un psiquiatra, su veredicto es que te tienen que internar. Yo, realmente, no me creía lo que me estaba pasando. Me subieron a una ambulancia, todo era muy teatral, una actuación tremenda, porque yo estaba haciendo uso de la razón, me sentía cuerdo, no estaba drogado… O sea, que todo era surrealista. Me trasladaron al centro de las Hermanas Hospitalarias, en Málaga. Durante esta primera etapa, que he denominado «el shock», de pronto te das cuenta de que tus libertades, tal y como las entendemos en una socialdemocracia en el siglo XXI, han desaparecido. Y de pronto estás a las órdenes de una institución que te reprime absolutamente, se queda con todas tus pertenencias, te deja con solo una vestimenta. Es un totalitarismo, te dictan a cada minuto lo que tienes que hacer. Durante ese primer estado de sorpresa, a mí me da por hacer cosas totalmente estrafalarias, extravagantes, excéntricas, para llamar la atención, para seguir manteniendo la felicidad. La alegría yo la asimilo a la libertad. Y consideraba que si caía en la tristeza, en la depresión, ellos habrían ganado. Por tanto, en esa etapa, manifiesto de diferentes maneras mi inconformismo. Dio la casualidad de que coincidía con la semana del Orgullo. Me internaron el 11 de julio y justo un día o dos antes había visto la manifestación de Madrid. Por tanto, con tantas prohibiciones con las que en el centro me encontraba, me puse a infringir las normas en esta línea. Un día me levantaba desnudo, me regañaban; otro me travestía, me vestía de mujer; otro día me puse un burka… Cada mañana realizaba un espectáculo diferente. Mi actuación era teatral en la medida en que lo pude aguantar. Llegaba a las salas comunes, ponía música, me inventaba bailes… Diseñé el twerking masculino, un baile sin calzoncillos en el que el miembro se balancea hacia adelante y hacia atrás, y todo el mundo estaba atónito. Luego entraremos con más detalle, con más profundidad, ahora estoy haciendo una pincelada de en qué consisten las tres etapas.

Esto nos cuenta de su primera etapa como interno en una institución psiquiátrica privada y religiosa que «ofrece a las personas una atención integral combinando ciencia y visión humanista y cristiana». Y así sigue:

Luego, hay una etapa de resistencia, que es cuando empiezas a razonar y a unir las piezas y a entender todo. Es decir, yo estoy aquí, no tengo derecho a abogado, a que nadie me defienda. Simplemente tengo derecho a la no libertad, a que me lo den todo hecho, a la inutilización, cosificación de la persona; es decir, a asumir las reglas, respetarlas y callar la boca. Entonces, entro en una etapa de resistencia. Lo que yo buscaba por todos los medios era sublevar a mis iguales, otros pacientes con problemas psiquiátricos, para denunciar que esto no era posible en una sociedad occidental del siglo XXI, con derechos humanos, no era posible que se vulneraran de esta forma nuestros derechos. Esto lo manifesté mediante diferentes actos, como negarme a ingerir la medicación. Esto me llevó a la primera sujeción mecánica, y primera fase de aislamiento. Me cogieron entre cuatro o cinco operarios, me llevaron a una sala y allí me tuvieron inmovilizado unas horas. En esta etapa de resistencia, me acuerdo de que estaba intentado imitar a Carlos Marx y crear la conciencia de la clase trabajadora. En este caso, una especie de clase social de pacientes, a los cuales se les estaban vulnerando los derechos humanos porque no tenían a su disposición ningún tipo de protección jurídica, ni siquiera tenían derecho a una conexión telefónica, una llamada. Tan solo una llamada a un familiar, no a un abogado de oficio ni al defensor del pueblo. En esa fase, estuve una o dos semanas realizando ciertos actos en defensa de mis compañeros, en la medida de lo posible. Esta etapa concluyó con el envío de un correo al defensor del pueblo, en el que se redactaron los puntos más importantes, donde creíamos que se habían vulnerado los derechos de los pacientes, y concluye con la victoria, a los dos días de contestarnos el defensor del pueblo, de la liberación de la persona en cuestión. 

Con la tercera fase —honrada, bella y dolorosa—, concluye el relato que nos transmitió el compañero, pétalo de flor, fuerza de vida imparable, hermosa y letal, como lo define quien bien lo conoce y lo quiere:

La tercera fase, para no engañar ni tratar de echar más flores de las que corresponden, es una etapa de asimilación. Pierdes la fuerza, porque la medicación hace su efecto. De pronto, me encuentro como un zombi por los pasillos del hospital, carezco de la energía, de la fuerza vital con la que llegué. Soy una persona mucho más pacífica, más mansa, más vulnerable, y menos rebelde. Menos activa, menos revolucionaria. En esta etapa de asimilación, directamente, pones la otra mejilla, como dijo Jesucristo, o, como dice Miguel Hernández: «Para la libertad doy mis ojos y mis manos, como árbol cautivo, a los cirujanos, y entro en los hospitales y entro en los algodones, como las azucenas». Es decir, vale, no puedo hacer nada para cambiar el mundo como yo querría cambiarlo, por lo tanto voy a seguir la corriente de los que ahora mismo me están gobernando y después, en cuanto me liberen, podré maniobrar, actuar conforme a mis ideales.

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