Muchas personas están equivocadas cuando piensan que el mayor deseo de las personas trans es obtener unos resultados binaristas e idílicos tras el tratamiento hormonal. Aunque en mi caso sí que empecé así, al crecer y darme cuenta de que mi cuerpo cumple con los estereotipos masculinos tan esperados —no solamente por mí, sino por todo mi círculo—, comprendí que parte de ese deseo había sido impuesto por ese binarismo social. Un binarismo que no solo mi familia y amistades deseaban por mí cuando confesé que era un hombre trans, sino que ese pensamiento tan arraigado, conservador de los estereotipos masculinos y femeninos, también se veía reflejado en la medicina. Una ciencia que dice ser cien por cien objetiva, pero cuando eres diverso y formas parte de un colectivo que ha sido y es incomprendido en casi todos los aspectos de la vida, y que actualmente sigue siendo objeto de debate (no hace mucho la OMS nos catalogaba como una enfermedad para luego «corregir» esa definición y en su lugar definir a las personas trans como «incongruencia de género») te das cuenta de que la medicina no es tan objetiva con nuestro colectivo, sino que, en su lugar, también espera de nosotres que cumplamos con ese binarismo impuesto, sin respetar nuestras opiniones e invalidando nuestra masculinidad y feminidad, como si ambos atributos no formaran parte de todo el mundo. Estamos obligades a desprendernos de una parte de nosotres para poder acceder a un tratamiento hormonal, ya que, como me dijo una vez mi endocrino, «es que tienes que elegir, tú no puedes estar en medio».
Aparte de que el sistema sanitario no contempla otras realidades dentro del paraguas trans como es las personas no binarias, ejercen un tipo de violencia patriarcal en el que independientemente de si eres hombre/mujer/no binarie, esperan que tu forma de vestir, tu forma de actuar e incluso de caminar y hablar sea el estereotipo contrario al sexo que pone o ha puesto en tu DNI; es decir, yo como hombre trans, la primera vez que entré en una consulta, tuve que cumplir con el estereotipo más masculino posible ya que no solo voy a ser juzgado por parte de les profesionales que me están atendiendo en ese momento, sino que además es el sistema sanitario quien decide si yo soy verdaderamente quien digo ser y si puedo acceder al tratamiento hormonal.
Esa imposición violenta y no escrita, pero que toda persona trans que ha pasado por endocrinología alguna vez ha vivido en sus propias carnes, puede calar tan hondo que te acaba generando más disforia de género (sentimiento de rechazo hacia tu cuerpo) de la que tenías; ya no solo por hacer el papel de tu vida en esa primera consulta, sino porque son los/las mismos/as médicos/as quienes dan por hecho que tú quieres someterte a todo tipo de cirugías y que además miden tu nivel de disforia en base a su opinión de cómo debe ser un hombre o una mujer. A parte de no considerar que puedas sentirte o no más cómode con tu cuerpo, no se dan cuenta de la repercusión y daño mental que pueden generar en una persona fomentando, por ejemplo, asco y rechazo hacia tus propios genitales y que a lo mejor no te habías planteado hasta ese momento, en el que el/la médico/a se lleva las manos a la cabeza cuando le dices que no te disgusta tener la regla.
Este ejemplo que he planteado en el párrafo anterior, es solo uno de entre miles de casos que podría exponer de violencia médica hacia las personas trans. Somos muchas personas las que hemos sufrido este tipo de comentarios hacia nosotres alguna vez. Por ello mismo, aprovecho este espacio como forma de denuncia al sistema y, aunque no se sepa si la ley trans estatal va a salir adelante, viendo día a día que los políticos utilizan nuestra existencia como algo no humano, qué menos que cambiar el trato y la terminología por parte del sistema sanitario español.
La discriminación por el hecho de ser trans ya no es solo un comentario hacia tu cuerpo, un comentario de aprobación o invalidación, es también que, cuando acudas a otra cita médica que no esté para nada relacionada, te pregunten por el hecho de ser trans, te llamen por tu deadname (nombre asignado al nacer) o por pronombres equivocados cuando has corregido a la persona que te atiende en ese momento. Violencia también por parte del sistema administrativo del centro de salud que se niega a cambiarte el nombre de la tarjeta sanitaria sin tener ni idea de que existe una ley que permite a las personas trans cambiarse el nombre de la tarjeta sin necesidad de tener el nombre del DNI cambiado. Violencia también es la ignorancia por parte de enfermería, que cada vez que te saquen el tema de ser trans no se haga desde una perspectiva médica y objetiva sino desde el morbo, como si nosotres fuéramos una especie exterior o exótica. Por desgracia, nosotres aprendemos más gracias a nuestres compañeres que por la información que obtenemos cuando acudimos al médico, y es más irónico aun que tengas que ser tú quien debe enseñarle a la persona que te atiende, porque, si no lo haces tú como persona trans, no lo va a hacer nadie.
Al fin y al cabo, nuestre colectivo sigue siendo sin duda vulnerable y violentado no solo socialmente hablando. La ciencia debe evolucionar, no somos ni una enfermedad ni una «incongruencia de género»; sabemos perfectamente quiénes somos y a qué nos exponemos cada día, porque, por desgracia, somos un sujeto político que incluso desde lo más trivial del día a día, como podría ser ir al médico, nos estamos arriesgando a sufrir cualquier ataque hacia nosotres mismes y hacia nuestro colectivo. Y aunque exista una formación para les profesionales sobre las personas trans, no solo está desactualizada, sino que, a su vez, no tiene en cuenta que la terminología que se utiliza es ofensiva y tránsfoba.
Como digo muchas veces, nuestra existencia no es un debate: somos, existimos y vivimos de la misma manera que lo hace todo el mundo, y tenemos derecho al respeto, a no tener miedo por el mero hecho de existir. Fuerza trans a todos, todas y todes, no nos rendiremos, ¡La lucha sigue!