nº10 | farándulas

El asociacionismo en el flamenco en peligro de extinción

Ubicación histórica

La gestación del flamenco como manifestación musical —tal y como se conoce actualmente— fue larga, oscura y bastante ignorada. Los genes que intervinieron en ella fueron ricos y variados. Después, el desarrollo de las formas y de los estilos que las enriquecen sería mucho más rápido y se iniciaría con la profesionalización de los artistas flamencos, cuando este arte sale de la intimidad y empieza a ser ofrecido a un público que pagaría por escucharlo en el primer escenario que se le brindó: el café-cantante (1860-1920 aprox.). Tras la decadencia de estos locales, propiciada en parte por la aparición de nuevas formas de diversión y encuentro social como el cinematógrafo, el flamenco se manifiesta en otros cauces. Así, empiezan a proliferar los espectáculos de la llamada ópera flamenca (1920-1955 aprox.), así nombrados para evitar un alto coste económico, ya que la ópera tributaba al 3% y las variedades al 10%. A partir de los años cincuenta se transforma el panorama flamenco: aparecen publicaciones con el cuño de flamencología, se imparten las primeras conferencias, se edita la primera antología discográfica, los primeros concursos… En los años setenta surgen los tablaos, la industria discográfica como modo de difusión, los festivales y las peñas.

Las peñas

Las peñas flamencas son entidades constituidas en forma de asociación por personas aficionadas al arte flamenco. Se rigen mediante unos estatutos similares a los de toda sociedad recreativa y cultural. Sus artículos reflejan sus normas de actuación, de admisión de socios y socias, de financiación, de elección de sus directivxs, etc., además de sus fines primordiales cifrados en la exaltación y difusión del cante, el toque y el baile. Fines que llevan a cabo de una manera general, aunque una gran parte de ellas, estén dedicadas a determinadxs artistas.

Estas peñas o sociedades de aficionadxs tomaron auge a partir de los primeros años setenta en Andalucía, extendiéndose por el Estado español y diversos países extranjeros. En sus locales —ambientados con una decoración idónea: carteles, fotografías, etc.—, el arte flamenco, aparte de ser lógicamente el tema continuo de las reuniones de lxs socixs, adquiere proyección a través de actos públicos (principalmente recitales, tanto de intérpretes consagrados como de nuevas promesas). Un buen número de peñas flamencas organizan, en colaboración con organismos oficiales en muchas ocasiones —durante los últimos años, en su práctica totalidad a través del control subvencionista—, festivales y certámenes, algunos ya tradicionales y de suma importancia, que sirven para mantener y ampliar la afición.

Las peñas flamencas también presentan problemáticas concretas: locales inadecuados; escaso número de socixs que pagan una exigua cuota, por lo que no pueden organizarse actos de especial entidad a no ser que se recurra a las denominadas, y antes referidas, ayudas económicas de la Administración; incluso en algunas de ellas no existe, aunque esto sería fácilmente controlable, el necesario respeto al artista cuando este se halla actuando. A ello habría que añadir el que seguramente sea el principal obstáculo para la perpetuidad y supervivencia de estos espacios, que con todos sus defectos consideramos necesarios: el relevo generacional. Solo ya por este aspecto necesita protección, que no tutela.

Y es que las peñas, como entes de organización y relaciones sociales, de comunicación y expresión, refuerzan la idea de que el flamenco traspasa la frontera de la música para convertirse en una forma de vida, en un carácter, en una actitud diferenciada para afrontar lo extraordinario, en una forma para entender los avatares de lo cotidiano. Aunque todavía quedan lógicos planes de investigación y estudio entre las peñas y las personas que las integran y participan, se impone en ellas un deseo de vivencia del flamenco por encima de todo. Se reúnen más para vivir el cante que para estudiarlo, aunque tras la vivencia surja la inevitable discusión, la porfía, los distintos puntos de vista sobre un artista, un estilo, un disco de ayer o la grabación más reciente. Todo ello condimenta la más profunda motivación de una afición en ebullición, que debe salvar al cante de su presente y proyectarlo hacia el futuro con miras de engrandecimiento. Las nuevas personas aficionadas no deben limitarse a la adquisición de una cultura flamenca estereotipada, sino aprender viviendo, descubriendo el cante flamenco cada día.

Problemática

En Andalucía existen más de trescientas cincuenta peñas flamencas. Una de las más antiguas y emblemáticas, la Peña Torres Macarena de Sevilla, lleva clausurada desde el 15 de marzo de 2014 debido a numerosas denuncias de un vecino, nuevo en la calle, aquejado por el ruido originado por las actividades de la peña (que carece de megafonía desde sus comienzos). Hace más de cuarenta años que esta peña forma parte de la vida de lxs vecinxs de este barrio sevillano, que fundaron esta peña junto a otrxs aficionadxs para la divulgación y defensa del flamenco. Desde 1974, cuando fue inaugurada por Antonio Mairena, y hasta hace pocos años, las reuniones de aficionadxs y sus tertulias han mantenido viva una herencia de transmisión generacional. Además, fue uno de los pilares sobre los que se estableció la actual Bienal de Flamenco de Sevilla, uno de los principales eventos que representan a Sevilla y Andalucía en el mundo. Berlín, Copenhague, Lima, Helsinki, Montreal, Sidney… son algunas de las ciudades donde nuevas peñas flamencas son creadas al calor de este arte nacido en Andalucía. Mientras, en la cuna del flamenco, las peñas sufren un desamparo regulativo que ponen en peligro de extinción estos espacios culturales.

La reciente Ordenanza Municipal de 29 de octubre de 2014 no recoge la regulación de estas entidades de forma particular y específica, sino que la encuadra dentro del epígrafe de bares con música y karaoke, cuando en el proyecto de ordenanza sí aparecía una reglamentación concreta. Ante diversas alegaciones de particulares, que no responden al perfil de corrientes ciudadanxs en la esfera social, económica y política de la ciudad, se borró de cuajo la que podría haber sido una solución definitiva, ya que se podría compatibilizar el derecho al descanso de la vecindad con el mantenimiento de esta y otras entidades flamencas. Es un claro ejemplo de un proceso de la Administración de comercialización artística y gentrificación, pues a nadie se le ocurre residir en la avenida Luis de Morales y denunciar que los domingos se sufren ruidos y bullicios originados por partidos de fútbol en el estadio que allí se ubica. O quejarse de las bandas municipales de Semana Santa que diariamente ensayan en plazas de la ciudad (aspecto, este último, que sí está tipificado específicamente en la ordenanza).

Actualmente, Torres Macarena está realizando trámites para intentar regularizar su situación, aunque en base a la actual normativa, sus actividades y su dinámica no podrán ser iguales, entre otros factores porque no es un bar ni mucho menos un karaoke. Mientras tanto, y a fecha de cierre de esta edición, ofrece actuaciones recibidas por el ICAS (Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla), mediante una autorización-concesión del espacio, cubriéndose así la Administración para no incurrir en una posible prevaricación. De esta forma, Torres Macarena y el conjunto de peñas corren el riesgo de ser cerradas para siempre ante la falta de voluntad de las administraciones, el Ayuntamiento de Sevilla y la Junta de Andalucía, en un momento en que el flamenco forma parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad según la Unesco. Claro que, si las peñas flamencas son consideradas por la Administración como patrimonios materiales, no son susceptibles, por lo tanto, de protección.

Referencias a consultar:

El flamenco y su didáctica. Publicaciones CEP. 1994.

Artículos varios. José Blas Vega, Manuel Ríos Ruíz y José Delgado Olmos

 

 

 

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