nº1 | todo era campo

Las mujeres no olvidamos: 1936-2013. Sevilla

Los zapatos de tacón pisaron los adoquines sevillanos con tal rotundidad que hicieron que de debajo de estos se escapara la acústica metálica de otra época. Aquella en la que las balas de los fusiles fascistas perforaron la garganta de un pueblo que venía entonando cantos nuevos donde las mujeres comenzaban a ocupar su legítimo espacio público como constructoras sociales. Con este sonido libre y con el balanceo solemne de las faldas negras a media altura, el pasado 24 de mayo se vio entrar a un pequeño grupo de mujeres a la plaza del Pumarejo como un racimo de campanas llamando a congregarse. Y así sucedió, porque a las seis de la tarde ya se habían concentrado una treintena, todas de luto, con mantillas, rebecas o delantales, en silencio, abrigadas por la voz de una abuela que le cantó un día a Sevilla «la roja».  

Los transeúntes se detenían a mirar, las cortinas de las ventanas se corrían y en el centro de la plaza una mujer daba vida a Isabel Atienza Lucio, quien le hablaba al requeté que la había asesinado en aquel mismo lugar en 1936: «Qué puedes matar más de mí, si no han parado de matarme con cada uno de sus gritos, con los golpes que nos rompen los huesos, con las cabezas que nos rapan a jalones o con las enaguas manchadas de nuestros propios excrementos por el aceite de ricino que nos obligan a beber intentando mostrarnos sucias por haber parido hijos, hermanos, maridos o padres».

Con la representación de los minutos previos al asesinato de Isabel —mujer de 72 años que luego sería desnudada y abandonada en la plaza por no haber revelado el escondite de su hijo, el líder obrero Saturnino Barneto— dio comienzo en Sevilla el homenaje «Las mujeres no olvidamos: 1936-2013», conmemorando el Día Internacional de las Mujeres por la Paz y el Desarme. En él, diversos colectivos feministas quisieron recordar y realzar a todas aquellas que fueron represaliadas durante el golpe militar, la guerra civil y la dictadura franquista. Mujeres que habían cometido el crimen de proponer y vivir un modelo social equitativo y libre, dispuestas a construir un mundo nuevo donde su papel no estuviera limitado al de madres-esposas. Algunas habían sido militantes de organizaciones de izquierdas, agricultoras, carpinteras, ceramistas, etc., y todas cuidadoras de la vida. Esta apuesta por la vida y la renovación se enfrentaba frontalmente a la propuesta fascista basada en el sometimiento y la reproducción de los modelos conservadores.  

En Andalucía, la represión a las mujeres tuvo su máximo exponente en la figura del teniente general Gonzalo Queipo de Llano, quien incitaba a las tropas a reeducar a estas «rojas de dudosa moral» enarbolando el escarnio público o la violación, de las que, según dijo, «no se van a librar por mucho que berreen y pataleen». Esta utilización del cuerpo de la mujer como botín de guerra iba más allá de la práctica militar que busca humillar moralmente al enemigo. Se pretendía también, con ello, golpear las propuestas de igualdad que se fueron fraguando en la II República y que simbolizaban estas mujeres y su ejemplo de vida y resistencia.

Rememorando todo ello, los tacones sonoros de las mujeres sevillanas se encaminaron hacia la basílica de la Macarena. Iban con los brazos entrelazados, con gesto sereno. Por el camino se colocaron placas con los nombres de cuatro de estas mujeres a las que se les arrebató su salud, su profesión o su vida. Así se recordó a Manuela Beltrán Gómez, obrera de la Cartuja, asesinada por bando de guerra dictado por Queipo de Llano; a Ángeles García Palacios, maestra «sumariamente expulsada del magisterio» y acusada por «mostrarse con indiferencia religiosa»; y a las hermanas Ana y Teodora, la una asesinada y la otra muerta en la miseria tras haber tenido que quemar el arpa, su instrumento de trabajo, para calentar la comida que le llevaba a su marido encarcelado.  

Unos meses antes de realizarse este acto de homenaje, el 23 de enero en Gerena comienzan los trabajos de exhumación de la fosa común en la que se encontraban amontonados los cuerpos de diecisiete mujeres del pueblo de Guillena que fueron asesinadas en 1937. Este crimen ocurrió un año después de que las tropas del general Franco hicieran huir a los hombres vinculados a organizaciones de ideología anarquista o comunista. El señalamiento grotesco y la persecución a las mujeres cercanas a estos fue constante. Muestra de ello son estas diecisiete mujeres, dos de ellas embarazadas, que fueron torturadas y violadas previamente, para acabar formando parte de un macabro juego en el que se las hizo correr por el cementerio mientras las iban cazando a balazos una a una. Desde entonces habían permanecido desaparecidas. La apertura de esta fosa las ha devuelto a su historia pudiendo sus propios cuerpos terminar de contar lo sucedido, para descanso, en cierta media, de los familiares que nunca cesaron su búsqueda.

Las paladas de arena que poco a poco fueron descubriendo los huesos también destaparon la indignación de muchas personas que pudieron comparar dolorosamente aquel hueco anónimo con la majestuosidad de la tumba con honores políticos y religiosos que acoge, en la basílica de la Macarena, los restos de Gonzalo Queipo de Llano, responsable en última instancia de esta y de tantas otras ejecuciones. Por eso, el acto con el que las mujeres sevillanas quisieron decir que no olvidaban culminó en la propia basílica. Algunas entraron a depositar sobre la tumba del general una corona fúnebre repleta de alusiones a las represaliadas. Otras, fuera, zapateaban por seguiriya con la necesidad de justicia sobre una reproducción de dicha tumba, dejando mellada cada una de las cifras del año 1936 y cada una de las letras que componen el nombre de Gonzalo Queipo de Llano. Un coro de mujeres amplio despidió el homenaje recordando en su canto que «de las cuatro mujeres la de la cara blanca hermana mía no tiene miedo, no tiene miedo»

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