nº18 | todo era campo

Enseñar, enseñarme, enseñarnos

Darles lo que soy

Llevo en la enseñanza más de dos décadas y tras este tiempo diría que mi ser maestro es un ir siendo infinito. Es explorar en mí, día a día, el misterio de la educación, es mantener vivo mi deseo de enseñar y de aprender en relación con mis alumnos y alumnasi. Desde que empecé a dar clases de historia en un instituto, ninguno de los dos nos hemos estado quietos, ni ella ni yo, porque el saber y la vida siempre están en movimiento. Comencé con la alegría de poder desplegar toda la historia aprendida y no me fue mal, ya que disfrutaba de relativo éxito al intentar transmitir lo que yo consideraba esencial mientras que el alumnado también lo estimase de igual forma. No obstante, cuando no se daban esas coincidencias, me afloraba una palpable frustración… Quizás fue la experiencia de esas dificultades lo que me llevó a buscar otro sitio para mi ser maestro. Fue entonces cuando empecé a necesitar que mis saberes se airearan para enseñar no solamente una historia prestada y acabada, sino mi relación non finita y libre con ella, para encontrar otro sendero en el que aspirar a empapar de vida, de mi vida, la historia que les cuento. Descubrí que yo también precisaba hacer que la historia se originara en mí para no sentirla ajena, maridando lo que sucede fuera con lo que me toca mis adentros, para verme a mí y a la historia del mundo a la vez. Porque enseñar historia pasaba también por tenerme en cuenta, por mostrar lo que soy, por enseñarme. Estos descubrimientos me daban la posibilidad no solo de enseñar historia, sino de fundarla, haciendo del tiempo histórico un tiempo propio.

La diferencia sexual

Y en ese enseñar y enseñarme no puedo obviar que soy un hombre. Desde hace dos lustros, estoy en un espacio iniciado por Milagros Montoya Ramos (maestra querida), en la Fundación Entredós de Madrid, que se denomina Una Historia Verdadera. En este espacio, formado por mujeres y hombres que deseamos aprender y enseñar historia teniendo en cuenta la diferencia sexual, cultivamos un cambio de mirada que se funda en la búsqueda del sentido histórico del ser mujer y del ser hombre, en encontrar el rastro de una historia que relate el caminar libre de ambos sexos y de sus relaciones, así como en poder advertir el patriarcado que está tatuado en la historia escrita para aprender a desplazarlo de la centralidad de la experiencia histórica. La diferencia sexual es una herramienta que nos ayuda a mi alumnado y a mí a situarnos simbólicamente en el mundo. Saber que la historia es el resultado de la convivencia de mujeres y hombres, durante millones de años, nos lleva a abrirnos a otra manera de mirar el pasado y por extensión al presente, a valorar la experiencia histórica femenina y la masculina libres, haciéndolas más reales, más vivas, más verdaderas.

Una historia propia

Enseñarme y verme a mí en el aula me ha ayudado a desarrollar el deseo de poder ir viendo y escuchando a mis alumnos y alumnas. Comprobé que, al inundarles de los saberes oficiales, algo se perdía, y creo que ese algo tenía que ver con no dejar tiempo ni espacio para la escucha de la relación singular de mis estudiantes con la historia, para dejarme sorprender por ella, para disponerme al intercambio con lo que no soy, con lo que no vivo, para abrirme al gusto por ser alumno a la vez que ser maestro. Porque, para mí, aprender y enseñar historia no solo es entender lo que ha sucedido, sino también comprender lo que nos pasa con lo que ha acontecido. Una cosa es lo que sucede y otra lo que nos sucede con lo que sucede. Así, partiendo de nuestras miradas hacia la historia, he procurado en mis clases que seamos capaces de entender el mundo y entendernos, comprenderlo y comprendernos. He intentado que la historia no se limite a ser un texto escrito en los libros sino que nos roce las entrañas. Y así poder ver la historia mundial y la nuestra a la vez. Entonces la historia será una herramienta que nos ayude a ubicarnos en nuestros contextos, y en esa búsqueda de entendimiento percibamos el sentido gratificante de encontrar correspondencia entre nuestra experiencia vital y la historia. Es importante entender que saber de dónde venimos, quiénes somos y adónde vamos nos va a ayudar, sin duda, a sentir la necesidad de destilar nuestra singularidad de esos plurales, es decir, intentar ir del de dónde venimos al de dónde vengo, del quiénes somos al quién soy y del adónde vamos al adónde voy… Pero esa destilación nadie la puede desarrollar por nadie, la tenemos que realizar cada uno, cada una, para hacer de la historia una historia propia.

Darles lo que no tengo

Para finalizar con este recorrido mistérico de mi ser maestro, traigo una frase de Elizabeth Ellsworth, que leí en un texto de José Contreras Domingo, que dice: «Enseñar es como dar lo que no tengo…». Aún no sé si la he entendido bien del todo, pero logró poner palabras a algo que vengo percibiendo en el aula cuando soy capaz de estar cerca del latido del aprendizaje de mis alumnos y alumnas. Quizás ese enseñar, que pretende dar lo que no se tiene, solo cobre sentido en el acompañamiento, en la relación. La relación es ya en esencia un aprendizaje sustancial y suele llevarnos más allá, donde quizás nunca lleguemos solos. Cuando consigo ofrecer aliento o la compañía necesaria para que descubran su camino y sus dones es cuando más me arrimo a ese deseo de dar, paradójicamente, lo que no tengo. O, por decirlo de otra forma, de poder darles algo que ya poseen y que suele aflorar en la relación. Algo que lleva consigo, que trae al mundo cada criatura, lo más sagrado: su singularidad. Algo que solo sé vislumbrar si soy capaz de ver sus tiempos y sus luces, que diría María Zambrano. Así, mi ser maestro se sustenta en poder dar lo que soy y lo que tengo, y saber alentar y acompañar lo que no soy y lo que no tengo…

i Para esta exploración me ha sido de fundamental ayuda el espacio de reflexión educativa en el que estoy: El Flexo.

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