nº6 | editorial

Cerdas y gallinas

La que nace lechona, muere cochina… (Proverbio populá) En primer lugar, pedir disculpas a vegetarianas, veganas, crudívoras y otras maneras políticas de alimentarse por la metáfora utilizada. Hacemos uso de ella porque, en este momento, nos viene a huevo (nunca mejor dicho).

Hace unos días, en uno de los colectivos en los que ando enredando, iniciamos un proceso de revisión. Apostamos por la colectivización, la socialización de haberes y deberes, el cooperativismo, el apoyo mutuo. Pero, aun teniendo una larga trayectoria —más de 14 años— hay muchos aspectos que analizar y mejorar, y evidentemente, tenemos que hacerlo en colectivo, pese a que la cotidiana existencia nos pase por encima en nuestra tarea de cuidadoras, apagafuegos, gestoras de traumas personales y ajenos…

En este proceso de revisión, uno de los temas centrales está siendo la necesidad de definir la difusa frontera entre el yo y el nosotras. ¿Dónde ubicar la frontera entre lo personal y lo grupal? ¿Cómo hacerlo de manera que las decisiones personales no perjudiquen al grupo? ¿Cómo reequilibrar ausencias que, por otro lado, están totalmente legitimadas? ¿Cuál debe ser el nivel de implicación para que un proyecto colectivo sea viable, cómo gestionarlo, cómo proponerlo?

Antonio Moreno, gran amigo y conocedor de los procesos grupales, usó la metáfora que inspira este editorial: «Cuando hablamos de «implicación», es importante diferenciar. Es como si hablamos de los huevos fritos con beicon: la gallina colabora, la cerda se implica».

Desde entonces, ando pensando y observando, y me surgen muchas dudas. ¿Qué debo ser: cerda o gallina? ¿Es posible su coexistencia? ¿Mutamos de una animal a otra en función del momento, la disponibilidad, la motivación? Estas preguntas me aparecen cuando miro el micromundo que me rodea y que ha optado, al menos en intención, por el desarrollo en colectivo.

Pero cuando disminuyo el zoom y me alejo de mi realidad cotidiana, la metáfora trasciende a otras situaciones que me resultan —si cabe— más inquietantes.

¿Tenemos la posibilidad de elegir entre ser cerda o gallina? ¿Tenemos el acceso a la información o la posibilidad de acción que nos permitiría elegir entre ser una u otra de manera decidida y consciente?

Entonces, me preocupo al conocer de compañeras con un papel doblemente porcino. Por un lado, se «dejan el pellejo y la salud» a cambio de un miserable salario que solo permite la subsistencia, en empresas que deberían ser públicas y que han ido privatizándose « por lo bajini», aunque sean las principales empresas de telecomunicaciones. Pero, por otro lado, están implicadas «hasta las trancas» en pelear contra la patronal para evitar que esto suceda.

Me angustia descubrir que los gobiernos de la UE y EE. UU. están negociando en secreto el Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión, que arremete duramente contra los derechos sociales y laborales de la gente y contra cualquier aspiración de justicia ecosocial. No puedo evitar vernos como cerdos irremediablemente transportados hacia el matadero para ofrecer nuestras carnes y vísceras al servicio del Sistema.

Y Gaza, qué sucede en Gaza, la comunidad internacional no se implica, pero sí colabora, al fin y al cabo, en el genocidio al que está siendo sometido la población civil. Y, yo misma, ¿estaré siendo gallina?

Y esta imagen duele, y desgarra, y resta esperanza.

Pero, afortunadamente, aparece el mundo porcino decidido y elegido. Personas que se comportan como auténticas cerdas —en el sentido topístico de la palabra—, dejándose el pellejo para combatir e incluso sustituir a los bancos. Cerdas y cerdos que dejan todo su tiempo e ingenio en crear «dinero» diferente a «los dineros capitalistas», creados por y para las personas y no por algoritmos irracionales al servicio de las grandes corporaciones.

Las asaduras de un gran grupo de cerdas y cerdos que inventan otros sistemas de telecomunicaciones, para que podamos contactarnos sin dejarnos el pellejo al servicio de los malos. Que se implican luchando por conseguir leyes que reconozcan a las personas como tales, independientemente del órgano sexual que portaran al nacer. Cerdas y cerdos que han dejado sus carnes, tripas y cerebros en denunciar y construir otras maneras de gestionarnos como grupos humanos, otras maneras de construir realidad, en las que verdaderamente tengas posibilidad de elegir si ser cerda o ser gallina…

Posibilidad de elección, sí. Aunque en los tiempos que corren, y si de verdad vamos buscando la transformación social, ser cerda no es una opción, más bien una necesidad. Es ahora cuando más sentido le veo al dicho de nuestra tierra que afirma que «del cerdo, hasta los andares».

PD: Recuperamos la foto que usamos para el editorial número 1 porque era indispensable.

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